Creo que no es necesario decir que el pasar del comodísimo mundo en el cual a uno le preparan la comida, lavan la ropa, limpian la casa (etc), a aquel donde todo esto (y más) debe ser hecho por uno mismo, es toda una experiencia. No estoy seguro si lo que mas recordaré de toda esta etapa fuera de Perú serán mis accidentados viajes, o las anécdotas en el momento de cocinar, lavar, y demás...
Claro, si nos referimos a lo que menos recordaré, las experiencias académicas se llevan el primer premio con una clara ventaja sobre todo otro tipo de experiencia. Pero hoy no quiero hablar de eso.
Hoy quiero hablar de la lavandería.
¡No! ¡Deténganse! ¡¡¡¡No cierren esta ventana!!!! ¡¡¡No llamen al medico, no me he vuelto loco!!! Está bien, está bien, no me he vuelto MÁS loco.
Es que es verdad. Una particularidad sobre el sitio donde uno vive es cómo hace para lavar su ropa en él. ¡Y tengo pruebas fehacientes de ello!
Denme un rato mientras busco "fehaciente" en el diccionario... Ok.
Pues lo mismo, ¡tengo pruebas fehacientes de ello!
Mi primera experiencia con la lavadora fue en Inglaterra, en la casa que compartí con los seis chinos. Ahí, una de las cosas mas importantes que aprendí fue que el filtro de la lavadora debe ser limpiado. Y seguido. Especialmente si vives con seis chinos.
En futuras lavadoras nunca encontré lo que vi esa espantosa primera vez, cuando descubrí que nuestra lavadora no funcionaba porque el filtro simplemente tenía demasiadas cosas atascadas. Al abrirlo, encontré hasta monedas. Y monedas es lo mas light, porque si les contara el resto de cosas que encontré, optarían por el suicido. Una experiencia igualable a un encuentro con el mismo Cthulu.
Lindísima primera experiencia.
No obstante, el cambio de filtro no fue suficiente. Definitivamente mejoró su rendimiento, pero no al 100%. Fue tiempo después que me enteré la razón de esto, y entré así al fascinante mundo de la psicología lavadórica (esta no la buscaré en el diccionario).
Resulta que un año antes, esta lavadora era una lavadora común y corriente, feliz de su condición y sin intenciones de cambiarla. Hacía su trabajo, y lo hacía bien.
Hasta que llego el estudiante egipcio.
A este chico lo conocí. Entre otras cosas, se caracterizaba por su extremadamente fuerte odor, y su fútil intento de esconderlo usando dos litros de colonia diarios. Grande fue el susto que recibió la pobre lavadora al enterarse que este ser iba a vivir en esa casa, y que ella tendría que lavarle la ropa.
Los chinos me contaron que la batalla fue épica. No obstante, por más que lo intentó, nuestra heroica lavadora no logró quitar esta mezcla de olores a las prendas del egipcio. Peor aun, la ropa dejó a la lavadora oliendo tan mal como el mismo egipcio.
Imagínense la situación. La razón de la existencia de una lavadora es limpiar y quitar olores. Esta vez no sólo había fracasado, sino que su oponente se había burlado terriblemente de ella. Dicen los chinos que necesitaron lavar a la lavadora como dos o tres veces para que deje de oler. Pero desde allí dejó de funcionar igual que antes.
No sé. Yo la comprendí muy bien a la pobre, y no volví a exigirle tanto.
La siguiente experiencia no tiene este tipo anécdotas. Fue en la segunda casa en Cambridge. Ahí simplemente descubrí que estaba haciendo algo mal. Mientras yo iba más o menos tres veces a la semana a lavar la ropa, el resto de gente iba solo una. "Qué cochina es la gente aquí," pensaba yo todas las semanas, mientras regresaba con mi tercer cargamento de ropa. Pero luego de un par de meses, entendí lo que ocurría.
A pesar que parezca una (otra) locura, esto se justifica perfectamente en mi insistente rechazo a las secadoras, luego del maltrato que observé luego de un par de secadas. Y considerando que no me gusta ir a comprar ropa (y por lo general no tengo dinero para ello), ¡¡¡tenía que cuidar la que tenia!!!
Ergo, si no iba a usar secadoras, tenía que colgar la ropa. Y para esto sólo tenía mi cuarto. Y en este sólo entraba una tanda de ropa colgada.
Y ya pues, al separar blancos de colores, ya tenía asegurada por lo menos dos visitas a la lavandería cada semana. La tercera la hacía cuando lavaba las toallas y sábanas, que generalmente ocupaban todo el espacio disponible en el cuarto... En esos momentos, sólo me faltaban las chicas y la arena para tener mi propio harem.
Nunca supe si esta actitud era exagerada o no. Se que puede llegar a ser peor, he conocido entes que sí son exagerados, algunos que hasta planchan las toallas, "porque quedan mas suaves." En fin...
En Valencia las cosas fueron algo mas balanceadas. Con un tendedero externo grande, pude disminuir la densidad de lavadas por semana. Ahora, eso me hizo descubrir los horrores relacionados a los tendederos externos.
Uno de estos horrores, por ejemplo, se daba cuando Valencia era inundada por los "olores autóctonos" de la huerta, análogo al olor a harina de pescado que llena a Lima cada par de meses. Y si la ropa está colgada afuera, resulta que es expuesta a estos olores autóctonos. A veces absorbiéndolos. Horror de horrores.
Consideré luego las ventajas de un tendedero interno, después que lloviera por semana y media sin parar. Esa vez se me acumuló la ropa fregado.
No obstante, la acumulación de experiencias estaba dando frutos.
Para cuando llegué a Padova, sabía ya que mi vieja ropa colorida estaba lo suficientemente desgastada como para poderse lavar junto con los blancos. Y que realmente no era necesario usar tanto detergente como lo dice la caja (¡¡¡malditos ladrones!!!). Aprendí a graduar las secadoras, brutalmente útil en la época de lluvia. Descubrí que siempre es bueno dejar la puerta de la lavadora abierta por un par de horas, para evitar la formación de hongos. Chasa conmigo.
Si, lo admito. Me volví un lavador confiado. Me creía experto. Todas estas experiencias me hicieron arrogante en el sector "lavandería" (los que quieran extender este comentario a otros sectores, por favor abstenerse), estaba seguro que sabía lo más importante sobre lavar, y que lo hacía bien.
Claro. Hasta que recibí un regalo bravazo procedente de Madre de Dios (departamento de Perú), un polo rojo como un tomate con figuritas selváticas. Chévere.
Lamentablemente, no tomé en cuenta que esta prenda era nueva, y que podría teñir.
Ya no creo ser arrogante en la lavandería. El nuevo color rosado de mi ropa interior ha logrado que recapacite.
'Cha mare...