sábado, 21 de julio de 2018

Diez años después

Llegué a la cena un poco tarde. Se trataba de la despedida de una practicante de la empresa de la novia. La practicante era una chica francesa, creo que de 19 años, que estuvo chambeando en Lima por unos meses.

Acabada la cena, la novia, como buena jefa, dio un breve discurso. Le dijo que estaba contenta con su chamba, con su forma de integrarse y tal. Yo miraba a la novia mientras hablaba (por supuesto) pero, una vez terminado el discurso, al girar para mirar a la practicante, vi que estaba hecha un mar de lágrimas.

Y algo se movió en mi subconsciente.

Acabada la cena, la chica se despidió de los otros miembros de la empresa, y las lágrimas brotaban y brotaban. Yo no tenía mucho que ver en el tema, pero al observar la situación, empecé a recordar.

¿Cuándo fue la última vez que había tenido una despedida así de emotiva?

Supongo que dejar Valencia, en el 2010, fue cosa seria. Mi vida cambió completamente en esa ciudad, y aún recuerdo ese último mes como si hubiera sido un hecho reciente. La última noche terminamos en Radio City, y fue ahí que me despedí de todos.

Luego, el dejar Roma en el 2011, el dejar Ginebra en el 2014, fueron momentos emotivos, pero no tan fuertes. Incluso, creo que dejar Valencia en el 2010 no llegó a ser tan emotivo como lo fue dejar Cambridge, en el 2006. Para el 2010, además de los adioses dados en Cambridge, también tenía los adioses en Padova en el 2007, los de Würzburg en el 2008, y los de Ginebra en el 2010. Entonces uno como que se va acostumbrando, y resulta que cada vez duelen menos.

Valencia fue especial en el 2010 por todo lo vivido, pero la despedida que me agarró más fuerte, tal vez de forma similar a la despedida de la practicante, probablemente fue la de Cambridge. En esa época no sólo me despedía de buenos amigos como Nicole, Oliver, Bianca y Forrest, pero creo que también, sin saberlo, me despedía de quien había sido desde 1980.

Y fue con esa despedida, y con el inicio de una nueva vida, que empezó este blog. Sí, el blog oficialmente nació en el 2008, hace 10 años, pero venía de una serie de correos electrónicos masivos que empezaron junto con mi llegada a Valencia.

¿Qué era El Vacío Metaestable? Básicamente representaba un estado de la vida donde uno tiene una base, un punto de equilibrio, aparente. Una base que no es permanente, que puede cambiar eventualmente. Y esa idea representaba muy bien mi vida como doctorando, y luego como posdoc, y probablemente no esté muy lejos de mi vida actual como profesor de la PUCP.

¿Y qué onda con este blog, diez años después? Hoy en día, paso mi tiempo con alumnos, o lidiando con burocracia universitaria, o interactuando con la novia. Y el problema no es que no tenga cosas que contar (¡Hombre! ¡Si supieran!), el problema es que no las puedo contar. Por ética, y cosas por el estilo.

Lo de la novia, bueno, no lo cuento porque de hacerlo me echa de la casa, ustedes me entienden.

Entonces algo tiene que cambiar. Ya no es factible escribir un post al mes, porque la mayoría de cosas no pueden ser públicas. Y el resto de cosas, pues no son tan bacanes. Creo que me metí en las clases de fotografía, y en las de japonés, simplemente para tener cosas de qué escribir. Al final termina siendo un estrés estar llegando a fin de meses, y preocuparme porque no tengo historias. Y las que escribo, pues no me satisfacen tanto.

Así que finito. Hasta acá llegamos. No sé qué quiero decir con esto, pero lo que va a ocurrir es que ya no voy a escribir una vez al mes. Me gustaría seguir escribiendo, pero no sé si lo que quiero es simplemente disminuir la frecuencia de los posts, o escribir de otras cosas. Con el tiempo nos enteraremos.

Me parece apropiado escribir esto desde Würzburg (estoy haciendo una breve estancia acá). Llegué a esta ciudad en el 2008 solamente sabiendo decir Schnabeltier, y bueno, diez años después, supongo que la experiencia adquirida se revela en mis nuevas palabras / frases: Kugelblitz, Super Affen Titten Turbo Geil, Schickimicki Heisse Liebe, Was zum Geier meinst du?Pfannkugengesicht, y el fantástico Hähnchenbrustfiletroulade.

Anyway, más seriamente,  fue en esta ciudad donde empezó la idea de juntar los posts en un blog. Creo que es una simpática coincidencia terminar el blog en el mismo sitio.

A presto.

viernes, 29 de junio de 2018

Malabares

Y se dio lo que tenía que darse. En el primer mes, 92. En el segundo, 91. Luego, empezaron las clases, y bajé a 85. Y finalmente, en el cuarto mes, 74. Necesitando 75 para pasar.

Así que no aprobé el cuarto mes de las clases de japonés. Me quedé en el nivel I9.

Por supuesto, uno empieza a justificarse. Que no es justo que nos tomen un examen oral si es que no nos hacen practicar más de dos horas al mes. Que nos evalúan adverbios que no nos enseñan. Que la Takahashi es antipática. Pero la verdad es que la razón de mi fracaso era evidente: simplemente no me dio el tiempo de estudiar.

Y es que ando en mil. Este semestre dejé de ser profesor investigador, por razones burrocráticas de la PUCP, y ahora debo dar 10 horas de clases a la semana, en vez de tres. Pero claro, eso no significa que vaya a abandonar todos mis proyectos, así que al mismo tiempo asesoro a un estudiante de doctorado, dos de maestría y uno de pregrado, y co-asesoro a uno de maestría y dos de pregrado.

Añadan a esta mezcla hora y media de japonés diario, a las 7:00 am, y tres horas de aikido a la semana, y verán que no hay tiempo pa nada.

Así que eso, como le dije a mis compañeros de clase, si estoy haciendo malabares, teniendo en el aire al trabajo, a la novia, al japonés y al aikido, lo más importante es que ni la novia ni el trabajo se caigan al piso. Y ya pués, dejé las clases

Eso no significa que haya abandonado el japonés, por supuesto, que para eso está internet. He encontrado un curso que por $150 anuales me puede formar lo suficiente para dar el examen N4 en Diciembre, y que además incluyen dos horas de conversación via Skype. Considerando que en las clases me cobraban $100 mensuales, pues creo que es una buena opción.

La otra ventaja es que no tendré que volver a ver a la antipática de la Takahashi.


Pero el problema es el tiempo. Pa variar. Sí, que al ser un podcast puedo escucharlo en el bus, pero eso no es estudiar, y todos lo sabemos. Pero también sabemos que yo siempre que me caigo me vuelvo a levantar, y que si me puse el N4 como objetivo, va a ser difícil que lo olvide.

Y hablando de tiempo, pues hoy es feriado, y me voy a acampar por ahí. Y que la novia me entiende y me tiene mucha paciencia, mientras yo me dedico a corregir exámenes y hablar por Skype con colaboradores en vez de tener tiempo de pareja, juntos. Así que nada, voy a cerrar este post acá, y asegurarme que, en los miles de malabares que uno hace, este aspecto de mi vida no se caiga al piso no importa lo que pase.

¡Nos vemos el próximo mes!

domingo, 27 de mayo de 2018

Critters

Pasa el tiempo, y uno empieza a preguntarse sobre el futuro como adulto - adulto. O sea, como el adulto de los estereotipos, ese que tiene familia, y pensión, y una hipoteca, y otras cosas horribles.

El primer miedo en ese aspecto es el de los hijos. ¿Ganaré lo suficiente para criar un hijo? ¿Tomaré las decisiones correctas en su crianza? Y lo más importante... ¿los aguantaré?


Cuando regresé a Lima, luego de unos meses en la casa de mis padres, me mudé a un depa compartido. Estuvo bien el tema, mientras duró. Pero uno de los problemas que tuve era que, al haber firmado yo el contrato, tenía que encargarme de muchas cosas. Entre ellas, el cuidado de dos plantas.

Poco tiempo después de empezar el alquiler, una planta se enfermó. Le salieron bichos, y era evidente que no sobreviviría mucho tiempo. Poco tiempo después, empezaron a salirle los mismos bichos a la planta de al lado. Problema serio, ¡yo podría ser el siguiente! Así que hice mi búsqueda en internet, saqué un diagnóstico, fui a un vivero, compré insecticida apropiado, y me preparé para lo inevitable: iba a curar a esas dos plantas.

Las aislé, cubrí el piso con papel periódico, y las limpié. Hoja por hoja. Las rocié de insecticida, y pasé un trapo por cada una de las hojas. Fue una tarea titánica (o sea, duró toda la mañana). El fin de semana siguiente, repetí el procedimiento. Y las plantas sobrevivieron.

Esa vez, al ver a las plantas bien, pensé que habían indicios de que yo podría ser un buen padre. Porque vamos, mientras pasaba el trapo por cada hoja, surgió un sentimiento particular, una especie de cariño a este ser que dependía de mi esfuerzo. Y supuse que ser padre tendría algo de eso.

Mas tarde vino el gato. Otro ser que dependía de mi. Otro ser que generaba este mismo tipo de cariño. Un ser al que le tenía que tener paciencia, que me despertaba a las 4:00 am, que rompía todos mis vasos, pero a quien uno entendía. Porque con un gato no se negocia, e imaginé que con un bebé tampoco.

Y bueno, más o menos había funcionado. Así que eso de ser padre, pues vamos, podría ser. No sólo eso, sino que teniendo las clases de japonés, que me obligan a dormir sólo 5 horas diarias, me sentía listo para el desafío de pasar noches en vela.

Así que, luego de pasar del reino vegetal al reino animal, imaginé que pasar a formas de vida más complejas sería simplemente una extrapolación de lo ya vivido.

Y hoy todo se fue al demonio. Resulta que no es bueno extrapolar. Les explico.

En el último mes y medio he tenido uno de esos periodos en los que el trabajo se pone duro. De llegar a la oficina a las 09:00, salir a las 19:00, y aún tener mil cosas por hacer. Este fin de semana era medio crítico: si lograba preparar suficientes clases, generar datos para un paper, enviar otro paper a una revista, corregir las evaluaciones de un curso, y leerme una tesis, lograría estabilizarme un poco. Vamos, suficiente como para poder hacer mi tarea de japonés.

(Claramente no lo logré, me rendí, y decidí escribir este post)

Hoy en la mañana, mientras avanzaba con esto, llegó el hermano de la novia, con su familia. Yo los saludé, pero me excusé, ya que quería avanzar. Mientras trabajaba, escuché a la novia sugerirles que se dieran una vuelta por el parque con el hijo mayor, y que ella se podía quedar cuidando a Z, la bebé de cuatro meses.

Pues bien, tres minutos luego de que ellos salieran, algo pasó. Repentinamente, Z empezó a llorar. Como si alguien la estuviera despellejando, oye. Horrible. Y no había nada que hacer. No tenía hambre, estaba limpia, no tenía gases... simplemente lloraba.


Y lloraba.

Y lloraba.

Y yo tenía que trabajar.

Y ella seguía llorando.

Y yo tenía que preparar la clase donde mostraba la cuantización del operador momento angular.

Pero seguía llorando.

Y gritando.

Y la novia me pedía ayuda.

Y luego mi tesista de maestría me mandaba un mensaje, diciéndome que las cosas ya no funcionaban, una semana antes de su tesis.

Y yo miraba los autovectores de momento angular.

Y escuchaba gritos.

Y la novia subía a Z al segundo piso, donde yo estaba trabajando, a ver si la asistía con la bebé.

Y yo recordaba que tenía 30 minutos nomás, que tenía que salir a la casa de mis padres para el almuerzo dominical de siempre.

Pero Z lloraba y lloraba.

Y yo tenía que responderle al alumno.

Pero Z seguía llorando.

Y colapsé. Y me di cuenta de que no. Que eso de la planta y el gato no servía de nada. Que perder la paciencia luego de 10 minutos de gritos y escándalo no era un buen indicador sobre mis aptitudes como padre.

Vamos, los gatos no gritan realmente, y si no les prestas atención como que no pasa nada. Y esto es menos grave aún con las plantes.

Nada, nada. Los padres son héroes. Y ya está.

Habrá que adoptar a un gato, supongo.


domingo, 29 de abril de 2018

El Espejo

Una vez que uno tiene estudiantes tesistas, uno se pregunta si estos harán el mismo tipo de idioteces que uno hizo cuando estuvo en sus zapatos. Y las cosa es que uno recuerda lo bestia que uno fue, y dice No way, ese tipo de barbaridades sólo las cometo yo.

Estos meses estoy teniendo unos doctorandos de Würzburg en la PUCP, debido a un convenio via la DAAD (en unos meses mis tesistas irán para allá). Y es curioso ver cómo se adaptan ellos al Perú. Porque claro, de estar una semana, uno se encarga de ellos, los recoje, los lleva a cenar, etc etc. Pero si están un par de meses, pues no es factible. Así que a enseñarles a tomar bus, a indicarles dónde no comer, ¡y liberarlos!

El problema es que, claro, eso no garantiza que no metan la pata. Por ejemplo, que suban a un bus a las 10:00 pm, y como hay poca gente, decidan sacar la laptop y ponerse a trabajar.

A los que estén leyendo esto y no hayan venido nunca a Lima, esto no es muy recomendable, a pesar de que hable bien de su disposición al trabajo. Digamos que la laptop se podría... perder.

Luego uno se da cuenta de que se olvida de decirles cosas. Como, por ejemplo, no entrar caminando a La Victoria. Especialmente si es que el plan inicial era caminar, campantes y despreocupados, hacia el Centro de Lima. Una muy buena idea, en caso de tener estudiantes de afuera, es conseguirles un mapa. Y marcar, bien grande, POR ACÁ NO.

Uno termina teniendo conversaciones que uno nunca esperaba tener. Por ejemplo, que vengan y que digan que qué bonitas las cucarachas, que les encantan sus antenas. Y luego uno piensa que AirBnB a veces no es la mejor opción.

¡Y no me imagino cómo será la interacción con los doctorandos locales! La idea es que los doctorandos interactúen entre sí la mayor cantidad de tiempo posible. Sí, discutir de física conmigo les sirve de algo, pero a mi personalmente lo que me sirvió más de mis estancias fue interactuar con otros estudiantes. Así que motivé que salieran todos a comer, al menos un par de veces a la semana.

Luego del primer almuerzo, les pregunté a los alemanes, ¿qué tal todo? Ellos dijeron que muy bien, que el almuerzo duró dos horas, que los hicieron bailar salsa, y luego les invitaron a escuchar música folklórica.

Por mi mente pasaron las ideas más absurdas que puedan imaginar.


¿Y algo de física? Parece que no... a lo mucho, fútbol, y cerveza.

Mein Gott..... ¡Por lo menos me sirvió a mi para enterarme que mis doctorandos se toman dos horas comiendo!

Pues na', les quedan dos semanas en Lima, y el próximo mes es mi doctorando que se va. ¡Y luego yo! A ver qué les contamos.

sábado, 31 de marzo de 2018

日本語 の 勉強

https://flic.kr/p/9eudWd
La vez pasada les comenté que últimamente estoy durmiendo poco. Vamos a explicarlo.

Todo empezó el año pasado. Les conté que, en julio del 2017, viajé con mis padres y la novia a Japón. En enero de ese año, decidí meterme en clases de japonés. La verdad es que siempre tuve interés en el idioma, y el viaje era la excusa perfecta para aprenderlo. Busqué dónde hacerlo, y descubrí que en Lima básicamente hay sólo dos sitios que enseñaran el idioma. El primer sitio es la Asociación Peruano Japonesa (APJ), que queda relativamente cerca a la PUCP. El segundo.... pues no recuerdo, no era conveniente.

Ahora bien, tampoco es que la APJ fuera tremendamente conveniente. Vi los horarios, y la mayoría no encajaba con mi horario de trabajo. Las únicas opciones eran: un curso intensivo diario, a las 7:00 am, un curso sabatino, y otro dominical, ambos toda la mañana. Se lo comenté a la novia, le dije que realmente lo más conveniente era el curso dominical, pero que me daba mucha pereza. Ella sonrió, y me dijo "¡Metámonos ambos en el curso!"

Me pareció una buena idea. Nos despertaríamos temprano los domingos, desayunaríamos rico en algún sitio, y luego empezaríamos clases a las 9:00. Terminaríamos a mediodía, e iríamos directo a almorzar con mis padres. Encajaba.

El problema fue que la novia abandonó el curso luego del segundo mes. Chesssss....

Yo continué. Ese primer semestre del 2017 fue muy duro, ya que además del curso los domingos, tuve que dar clases los sábado. Esa es una historia espantosa cuyos detalles no les puedo contar. Pero nada, seguí con el curso hasta julio, y luego nos fuimos de viaje.

Al volver, decidí terminar el curso dominical. Básicamente implicaba estudiar un mes más, hasta fin de agosto, así que me dije "¿Por qué no?"

Al terminar el curso, me dieron mi diplomita. No obstante, la profesora me dijo que ese diploma realmente no valía nada, ya que en el curso no me habían enseñado nada de kanjis (una de las tres formas de escribir japonés) y casi no habíamos tenido conversación. Me sugirió que intentara dar el examen internacional, el Noryu Shiken, en su nivel más bajo, el N5. El examen sería en diciembre. Me comentó que en setiembre empezaba un curso preparatorio, y que si yo estudiaba kanjis por mi cuenta, tenía chances de pasar el examen.

Así que eso hice. Esta vez el curso preparatorio tenía un horario más razonable, era martes y jueves, de 18:15 a 20:15 (con un error memorístico de ± 15 min). Y nada, junto con un app bastante bueno (Mirai Japanese), logré prepararme lo suficiente, y di el N5 en diciembre. Unos meses después, me enteré que efectivamente pasé el examen, así que todo bien.

https://flic.kr/p/2K4FyE

Pero no podría quedarme tranquilo. Porque bueno, ya me conocen, saben que yo siempre busco problemas. En enero de este año, me di cuenta que me había olvidado todo mi japonés. Durante el N5, parece que había regurgitado todo lo aprendido. Vamos, como cuando uno se paporretea los ríos del Perú para el examen de Geografía en sexto de primaria, y luego del examen ya no recuerda nada. Y no sólo eso, como en los exámenes internacionales no hay una prueba de conversación, esa parte de mi conocimiento estaba en cero.

Estuve rumiando esto por unos días. Y no pude conmigo mismo: tenía que mejorar mi nivel. Me tenía que meter en clases regulares, y consolidar mi conocimiento del idioma. El nuevo objetivo sería pasar el N4, en diciembre del 2018, y ser capaz de tener una conversación básica.

El problema es que los horarios en la APJ no habían cambiado. Mi única opción era el curso diario, a las 7:00 am. Ningún curso interdiario era compatible con mi horario de trabajo. Así que ni modo.

Y así estoy. Me levanto todos los días a las 5:30, me ducho, desayuno brevemente, y salgo en bus a la APJ. Luego de las clases, llego a la PUCP a las 9:00, y sigo ahí normalmente hasta las 19:00. ¡Una locura!

¡A ver si llego a diciembre!

miércoles, 28 de febrero de 2018

Otro Gato

https://flic.kr/p/kqtgSe
Sí, señores. Nuevamente tengo un gato compartiendo mis días.

Se llama Iñaki. Y no, nosotros no le pusimos ese nombre. Es un gato prestado.

Resulta que este chico español y esta chica búlgara adoptaron a Iñaki mientras vivían en Lima. No obstante, en el momento de regresar a las Europas, la pareja descubrió que es complicado sacarle visa a cualquier ser vivo con nacionalidad peruana. Así que Iñaki se tuvo que quedar en Perú por unos meses más, mientras regularizaba su situación.

¿Cómo llego al depa? Cosas de la novia. Pero ya van dos meses que tenemos al gato.

Lamentablemente, empezamos con crisis. Esta ocurrió durante mi viaje a Chile. Yo no sé qué habrá pasado, pero el gato terminó atacando a la novia. Sí, atacando de verdad, con colmillos y garras causando cicatrices, y la novia en el hospital.

Mi novia dice que ella le maulló raro, y que el gato malinterpretó sus intenciones. Otros dicen que seguramente la novia le habló de política. No sé, ambas explicaciones me parecen plausibles. Lo real es que el gato atacó, menos de una semana después de llegar a casa.

Preocupante. Por suerte, hasta ahora no se repite.

Ahora, un feature conveniente que tienen los gatos es que entierran su... ejem... caca. Tienen su arenita, hacen sus cosas encima, y la tapan. Siempre me ha parecido muy civilizado de ellos, y creo que le haría bien a muchas personas  aprender de ellos, especialmente cuando están en la calle. Anyway, los gatos normalmente entierran sus deshechos, y eso está bien.

El caso de Iñaki... pues es curioso. Sí, como todos los gatos, hacen sus cosas encima de su arenita, pero luego parece que no tiene muy claro con qué la tiene que tapar. Porque claro, él no va a tocar esa arena llena de pichi, no señor, él es un gato limpio. Así que se pone a raspar las paredes de su porta-arena (o como se llame esa vaina), haciendo un ruido bastante pesado, a ver si milagrosamente aparece algo que tape sus pestilencias.

Y claro, no aparece nada, y sus deshechos se quedan por ahí. Yummy. Afortunadamente, los verdaderos dueños de Iñaki le pusieron un techito y una puertita a su porta-arena, así que los olores se quedan adentro. De lo que no nos salvamos es del ruido que hace cada vez que va al baño, especialmente cuando decide hacerlo a las 3:00 am.

Por el lado de las despertadas en la mitad de la noche, la verdad es que Iñaki normalmente se porta bien. Nos despierta a las 5:00, ya que le damos de comer siempre a las 6:00, y quiere asegurarse de que no se nos pase. Pero no es tan grave, especialmente porque este año me estoy despertando normalmente a las 5:30 (ya les contaré por qué en otro momento).

Eso sí, no es grave siempre que ocurra durante semana. Si ocurre el fin de semana, la solución normal es la de encerrarlo en el baño (no tenemos puertas en el dormitorio). Porque ay de nosotros si es que no lo alimentamos a tiempo. Se molesta, y empieza a lanzar cosas al piso. Ya perdimos un vaso, y últimamente le está echando ojo a la lámpara de la novia. Chesss....

Pero bueno, a pesar de esto que les cuento, Iñaki realmente se porta bien. Como todos los gatos, da mucha risa, y alegra el depa. ¡Lo vamos a extrañar cuando se vaya!

miércoles, 31 de enero de 2018

Perdiendo Práctica

Creo que al estar ahora fijo en Perú, el tema de los viajes ya no me es tan natural. En el pasado, con tanta vuelta que tenía que dar, terminaba conociendo las tácticas secretas de cada aeropuerto que frecuentaba. Trasladarme dentro de las ciudades nuevas tampoco era complicado, y normalmente terminaba resolviendo cualquier issue en poco tiempo. Aquellos días en donde Porca Padova ofrecía sus servicios estaban ya lejos.

Luego de mi último viaje a Valparaíso, me da la impresión de que estoy perdiendo práctica.

Primero el aeropuerto en Lima. Luego de la conferencia en Valparaíso, me quedaría un fin de semana donde los Millner, así que sería apropiado llevarles algo. No obstante, por esas cosas de la vida, llegué al aeropuerto con las manos vacías. Pero no me preocupé, hice mi check-in, y me fui a mirar las tiendas.

Lo primero que busqué, por supuesto, fue pisco. Claro, estando los pobres Millner en Chile, lo primero que necesitarían sería un buen pisco. Y para suerte de ellos, en Chile sí permiten el ingreso de pisco peruano (a diferencia de otro país idiota que no hace lo mismo con el chileno). Me paseé por la tienda, y me sorprendió encontrar solamente botellas pequeñas de pisco.

"Es que las botellas grandes no pasan por aduanas," me dijo la asistenta. Por supuesto. Primer indicio de mi falta de práctica. Nada de líquidos al hacer la emigración. Me sentí súper bestia, pero bueno, ni modo, les compré chocolates de pisco y lúcuma.

Luego de pasar por aduanas, me volví a sentir súper bestia. Por supuesto, luego de aduanas viene el Duty Free y, siempre y cuando uno no viaje a Gringolandia, uno puede comprar todo el líquido que quiera. Ya pues, compré una botella de pisco nomas, ya decidiría qué hacer con los chocolates más adelante.

Porque claramente no me los iba a comer, gracias otra vez, C.


La tercera evidencia de mi falta de práctica se dio al llegar a Santiago. Habiendo recogido mi maleta, me dirigí a la terminal de bus de Pajaritos, para luego subir al bus a Valparaíso.

Ahora bien, en ese momento tenía en mis manos la maletota, la mochila con la laptop, y la bolsa con los chocolates y el pisco. Maniobrar era complicado. Cualquier ser pensante abriría la maletota para guardar la bolsa y ser libre, pero recordemos que quien les escribe a veces pierde dicha condición. Mi bestialidad llegó al límite en el stands de hot dogs, una vez que me vi obligado a lidiar con maleta, mochila, bolsa, billetera y hot dog, perdí el control de todos estos objetos. El resultado: un repugnante chicle verde pegado a la bolsa. ¡Por suerte no se pegó al hot dog!

Ni aún así atiné a meter las botellas y chocolates en la maleta: terminé llevándome el chicle hasta Valparaíso. A veces me recuerdo, y no me entiendo.

Llegué a Valparaíso tarde, casi a las 10 de la noche. Cansado de tanta vuelta, decidí tomar el primer taxi que encontrara. Decidí seguir el viejo refrán, "cuando estés en Roma, has lo que hacen los romanos" (que fuera de contexto podría interpretase como acosar sexualmente a las extranjeras). En este caso, buscar a un chileno en necesidad de taxi, y observar qué hacía.

Lamentablemente, el chileno que escogí no tenía la más remota idea de cómo encontrar taxis. Y terminé parado en la calle por bastantes minutos, viendo cómo el chileno observaba al tráfico.

Abandonando a mi guía, le pregunté a un tipo que andaba por ahí, y me mandó a caminar un poco. Volví a preguntar, y me mandaron a caminar aún más. Seguí y seguí (siempre con mi maletota, mochila, bolsa y chicle), hasta que en eso me topé con una cabina tipo teléfono londinense, que decía "Taxi."

Lamentablemente, no había ningún taxi alrededor y, a diferencia de sus análogos londinenses, tampoco encontré un teléfono adentro. Mi única opción era parar a un transeúnte arbitrario y pedirle que me deje usar su Uber. Cha mare...

Pero nada. Estaba ya por perder las esperanzas cuando en eso un auto, con toda la pinta de ser un taxi ilegal, frenó en seco y ofreció llevarme. Luego me enteré que sí era un taxi ilegal, que los taxis en Chile tienen taxímetros, pero bueno, ¿qué iba a hacer?

A partir de entonces, todo en Valparaíso salió muy bien. La conferencia estuvo excelente, y vi a muchos amigos antiguos. La ciudad es preciosa, también, no se la pueden perder si están por la zona. Aunque, bueno, lamentablemente.... no puedo recomendar el pisco sour. Ya pues, ¿qué querían que hiciera?