viernes, 1 de julio de 2011

El Complot

Los últimos días he estado jugando un juego bastante peligroso a partir de un descubrimiento. ¿Qué cosa descubrí? Pues resulta que el amor que los italianos le tienen a su comida parece estar estrechamente vinculado a su propia autoestima. Hablar mal de la comida italiana es casi equivalente a mentarles la madre. Es cierto, si uno quiere perder amigos en Italia, lo primero que tiene que hacer es decir que le da asco la comida italiana, y basta.

Por ejemplo, la otra vez, un chico me preguntó si me gustaba más la comida peruana o la italiana, y al yo responder sinceramente "La peruana, es más variada," se dio un silencio sepulcral en la cena. Yo no sabía dónde meterme, tenía como cuatro personas mirándome con cara de "Ya no te quiero, maldito bastardo." Afortunadamente, uno de ellos tosió, con lo que se rompió el hielo, y la cena se reanudó. Puf.

Anyway, este descubrimiento me ha llevado a jugar un jueguito peligroso. Ustedes saben, yo soy una bestia, me encanta pisar el palito. Y amo el peligro. Mi jueguito básicamente es el de criticarles a los italianos su comida, y ver cómo reaccionan. Y siempre, siempre, lo hacen mal.

Ahora, parece que alguien le avisó al Ministerio de Defensa italiano de mi jueguito, y la ciudad entera colaboró para destruirme. Sí, en serio, permítanme contarles.

Hace unos días, me encontraba yo con Nuria y Giulio en el restaurante Da Baffetto 2, uno bastante reconocido en Roma. La idea era despedir a Nuria, que se regresaba a Valencia después de tres meses de estancia en Roma. Anyway, cuando pedimos las bebidas, pedimos un vino y un agua, con lo cual el mesero dijo: "Pero, ¿el agua la quieren natural o con gas? ¡Ya que si es con gas podemos hacer un spritz!"

Y después dicen que soy yo quien hace los chistes malos.

Ahora, habiendo vivido en Padova, una de las cunas del spritz, no pude permitir que se dijera semejante disparate. En mi bravissimo italiano, y medio en broma y medio en serio, le dije que no pe, que eso no era spritz, que para empezar faltaba el aperol, y que esto era una prueba más de que acá en Roma no saben hacer bien ese trago.

Pues al mesero no le gusto nada la broma. Su cara nos dio miedo, a todos. Y parece que fue la gota que derramó el vaso, pues justamente ahí empezó El Complot. Roma se decidió a deshacerse de mi. Pero no me adelanto.

La cena fue bien. Me comí unos rigatoni alla ciociara bastante buenos, y luego compartimos una panna cotta. Todo bien, salimos por ahí, tomamos alguito... y en eso el dolor empezó.

Fue bastante sutil al comienzo. Una pequeña incomodidad estomacal. No obstante, media hora después, la cosa se ponía un poco seria. Alrededor de las 2:30 am, les dije a los dos que ya no podía, que me iba a casa. Estaba seguro que si iba al baño, y luego me tomaba una wawasana digestiva, todo estaría bien.

Llegamos Nuria y yo al Circo Massimo, en donde pasó su bus inmediatamente. Me dejó, y me quedé esperando mi bus. Que no pasaba, en absoluto. Después de esperar un buen tiempo, y empezar a sufrir una agonía estomacal cada vez mayor, el bus se decidió a pasar. Llegué a mi casa a las 4:00 am.

Paso número 1: dejar al topo escapar. Paso número 2: wawasana. ¿Alguna mejora? ¡Absolutamente ninguna!

Me quedé en cama un buen rato, y la agonía cada vez era mayor. No pude dormir. Y mientras agonizaba, tuve un momento de lucidez, y me di cuenta que todo era parte de El Complot.

En toda la noche, Giulio, Nuria y yo comimos exactamente lo mismo, a excepción de los rigatoni. Por ende, estaba más claro que el agua, los italianos se habían hartado de mis críticas a su comida, y habían decidido eliminarme. ¡Y qué mejor forma que envenenándome con su comida! Además, encontré muy sospechoso que el bus de Nuria haya pasado tan rápidamente, y que el mio se haya demorado tanto. Parecía que querían que muriera lentamente y que nadie me pudiera ayudar.

A las 7:00 am, con el estómago por estallar, decidí ir al hospital. Era demasiado. Llamé a un taxi, pero, ¡oh sorpresa! Me dejaron con la musiquita. Claro. El Complot. Ahora sí, seguro seguro, me querían muerto.

Debía ir caminando, por suerte el hospital no quedaba lejos, y tenía la esperanza de que fácil en el camino encontrara un bus. De todas formas, al salir decidí no avisarle a Martina, mi compañera de piso, ella tenía que estudiar ese día, y además, era italiana, fácil estaba involucrada en El Complot.

Pues nada, me arrastré hasta el ascensor, salí a la calle, y me dirigí al hospital. En el camino, encontré un autobús, pero, ¡oh sorpresa! No me quiso recoger. El chofer dijo que era porque el paradero estaba un metro más atrás, pero yo sabía bien cuál era la razón. Él era parte de El Complot.

Maldito.


Dirigí mi cuerpo moribundo al hospital, y por desgracia entré por la puerta equivocada. Le pregunté al primero que encontré dónde demonios quedaba Emergencias, este levantó la cabeza, me dijo "al fondo, a la derecha," y regresó a mirar su celular. Seguro era el jueguito de la culebrita...

En eso, vi un doctor. Con esperanza, me dirigí hacia él, pero básicamente me apuntó hacia Emergencia, y se fue corriendo. Cierto. Todos los italianos eran parte de El Complot. Todos.

Al llegar a Emergencias, me dejaron esperando un buen rato. Vamos, hasta las 9:00 am. Llevaba ya seis horas de dolor, y cinco de agonía. Estoy seguro que los italianos esperaban que muriera en este tiempo, pero por suerte los peruanos tenemos un estómago de hierro (por lo menos todo peruano que ha comido la hamburguesa del Tío Bigote frente a la PUCP y ha vivido para contarlo). ¡No sería vencido tan fácilmente!

Al final, a regañadientes, me hicieron pasar. Me pusieron una inyección, y ¡oh sorpresa! El dolor desapareció casi inmediatamente. Muy raro. Me dijeron que esperara una hora, y que verían cómo estaba luego.

Pues nada, en esa hora no me pasó nada, es más, me sentí de lo más bien. El doctor me dijo que okey, que me podía ir, pero que porsiaca me tomara un antibiótico. Al salir, pensé por un momento que me había salvado, pero no. Apenas salí del hospital, el dolor empezó otra vez.

Porcas inyecciones con sólo una hora de garantía.

Resulta que era domingo, así que no esperaba encontrar una farmacia abierta. No obstante, ¡la encontré! Y claro, El Complot había reiniciado, la farmacéutica me dijo que no tenía el antibiótico.

Maldito Complot.

Busqué mas farmacias, pero estaban todas cerradas. Mi estómago empezó a removerse, los síntomas se empezaron a repetir. Decidí ir a una farmacia de 24 horas que quedaba un poco lejos, pero vamos, era de 24 horas. Estaría abierta, y ahí seguro tendrían el antibiótico. Pero, por supuesto, la farmacia estaba cerrada.

Maldito, maldito Complot.

Empecé a arrastrarme otra vez. Llegué a mi casa, donde estaba Martina. Al verme, se aterró por mi estado, y, tomando la receta, fue inmediatamente a Termini a conseguir el antibiótico. Hmmm...empecé a considerar que Martina no fuese parte de El Complot. A menos que, claro, hubiera fugado con la única receta que pudiera salvar mi vida.

No obstante, Martina sí volvió, y con el antibiótico. Al tomarlo, después de pocos minutos, mi estómago se calmó. Y es más, pude dormir. Luego de casi 12 horas de sufrimiento, estaba empezando a sentirme mejor. Varios días después, sigo vivo. El Complot fracasó.

No obstante, ¿cómo puede ser que Martina, siendo italiana, hubiera hecho que fracase El Complot? ¿Por qué arriesgar su vida, su seguridad, por un peruano a quien el Ministerio de Defensa quería eliminar? ¿Estaría en desacuerdo con la política italiana? ¿Sería tal vez una rebelde sin causa? ¿Tendría miedo de vivir sola si yo muriese? O tal vez... ¿tal vez sería buena persona?

Pero no, luego lo razoné mejor (ustedes ya se habrán dado cuenta que soy un astro razonando las cosas). Martina es de Montagnana, es decir, es cuasi-Padovana. Por ende, la conclusión es que ella se solidarizó conmigo, ya que ¡ella estaba de acuerdo con mi comentario sobre el spritz!

Ay ay ay, qué país de locos, Mare Meua...