Este Febrero ha sido frío. Muy frío. Sin lugar a dudas, ha sido el mes más frío que he pasado en mi vida. Nunca antes había llegado a estar a temperaturas bajo cero por tanto tiempo. Y vamos, seguro que muchos de ustedes se reirán cuando diga que casi me muero estando a -16ºC, que en su país llegan a -40ºC, pero vamos, si no me quejo no hay post, así que ahí voy de todas formas.
Entiéndeme, varón. En Lima no bajamos de +13ºC. En Valencia se podía llegar a -5ºC, pero sólo una o dos veces al año. No estoy acostumbrado a estar dos semanas bajo cero. Y estar a menos de -10ºC es otra cosa. Otra cosa.
Para empezar, descubres que te vistes mal. No, no, no estoy hablando de mi imposibilidad de combinar colores correctamente. Estoy hablando de descubrir que tu vestimenta no es térmicamente eficiente. Que no administras apropiadamente el calor emanado por tu cuerpo. Que estás emitiendo calor como la cuarta potencia de tu temperatura. Vamos, descubres que no sabes ponerte bien tu bufanda.
Lo de la bufanda no es trivial, eh. Especialmente en mi caso. He descubierto que mi cuerpo funciona como un termómetro. Básicamente, detecto que estamos a menos de 0ºC porque siento que se me caen las orejas. A menos de -10ºC, lo que siento es que se me cae la nariz. Y cuando tu nariz ocupa una parte significativa de tu cara, pues te preocupas.
Con lo de las orejas no hay problema. Te pones tu gorrito y ya está. Pero lo de la bufanda es un arte. Vamos, si alguien se pone una bufanda en Lima, por lo general es por estética, ya que el frío realmente no es para tanto. Acá, si no te ponías una bufanda cubriéndote la nariz, te morías. Y punto. Y es en ese momento que uno se daba cuenta que, cáspita, no sabe ponerse la bufanda. Por supuesto, no es muy difícil enrollarse la cabeza con la bufanda (otra cosa es enrollarse la bufanda con la cabeza, pero vamos, acá nadie ha consumido tantas drogas, ¿no?). No obstante, mantenerla así durante el trayecto del Foyer a la estación del tranvía no es trivial. Más aún si uno está prácticamente corriendo en la calle para no congelarse del frío. Al final, uno terminaba con una mano en la cara, sujetándose la porca bufanda para que la nariz no se le caiga.
Lindo, Febrero.
Pero algo peor que el frío es el frío combinado con viento. El primer fin de semana después de la caída de nieve, decidí ir al lago a tomar fotos. Terrible error. Para empezar, casi no llego. Fue la primera vez en mi vida que me tuve que esforzar por ir en contra del viento. Luché cada paso. Y no era sólo yo, las gaviotas que intentaban volar en contra del viento se quedaban completamente suspendidas en el aire. Una locura.
Cuando llegué al lago, ¡quise regresarme inmediatamente! El viento sobre el lago generaba olas más grandes que en Cerro Azul (okey, fácil no tan grandes, pero ustedes entienden). Las olas chocaban las paredes del malecón, y el agua que caía fuera del lago terminaba congelándose, formando estalactitas. Todo tenía una capa de hielo alrededor, y en algunos pueblos incluso los autos terminaron congelados (vean este link para que entiendan lo brutal del asunto).
Algo tan trivial como parar a tomar fotos era cosa seria. Sacar las manos de los bolsillos era una tortura, incluso estando estas protegidas por mis súper guantes de alpaca marca ACME. Si tenía un huequito, mancaba, se metía el viento del demonio como si fuera un cuchillo helado.
Lo extraño es lo que ocurre cuando el tiempo regresa a ser algo más o menos normal. Luego de dos semanas estando a menos de 0ºC, logramos superar la barrera, y ahora estamos alrededor de 5ºC. Y nos sentimos en verano. Se los juro, la gente anda en polo. El café lo tomamos afuera. Y ya no me preocupo por la bufanda. Una maravilla, señores, una maravilla.
Esperemos que se quede así.
Ahora, antes de cerrar, un mensaje a la Nación. Una temperatura de menos de -10ºC es muy fea. Si no tienes casa con calefacción, no sobrevives. No importa que tengas chompitas de alpaca, no importa que venga Alan García y te regale una frazadita. Te mueres. Recordémoslo ahora, a cuatro meses antes de las heladas en Puno. Sí, donar abrigo es chévere, pero les juro que no es suficiente. A ver si algún día alguien me hace caso y llegan a construir los centros multiusos, que sirvan como centros deportivos en verano, y como refugio en invierno.
Y con esto abandono la política, y regreso a la vida cotidiana. ¡Hasta la próxima!
lunes, 20 de febrero de 2012
domingo, 5 de febrero de 2012
Un Intento de Contra Ataque
Ustedes sabrán que el gobierno italiano alguna vez ha intentado destruirme. Si no lo sabían, pueden leer la historia original acá. Su primer intento fue vil, envenenándome con un plato de rigatoni alla ciociara en un restaurante bastante conocido en Roma. Esa vez, terminé en el hospital, y fue sólo por la caridad de Martina que logré sobrevivir. En principio, intentaron disimular el atentado como si fuera la respuesta de un mesero por haberle dicho que así no se hacía el spritz, pero todos sabemos que la verdadera razón es que el gobierno italiano me odia por criticar tanto la comida italiana, y que quiere verme muerto.
En Ginebra, pense que me habría librado de semejante peligro. Vamos, tal vez haya una región de Suiza donde se habla italiano, pero está muy lejos, sus tentáculos no llegarían a Ginebra. Y sí, tal vez el CERN está repleto de italianos, pero seguro que tienen cosas más importantes que hacer que preocuparse por la comida. En Ginebra, estaba seguro que estaría a salvo.
No obstante, la semana pasada ocurrió un evento que me dejó la sangre helada. Salí con unos amigos a un restaurante italiano, y resulta que en el menú había un plato de tagliatelle alla ciociara. Sí, lo mismo con lo cual me habían envenenado, pero tagliatelle en vez de rigatoni (que al final es lo mismo, dai). Y la verdad es que no me pude resistir. Terminé contándole a toda la mesa del incidente en Roma, y cómo había terminado en el hospital. Riéndome, y completamente confiado, decidí retar al destino, y me pedí el plato de tagliatelle.
Nunca me esperé que el mesero italiano, a quien nunca había visto en mi vida, me dijera "¿Otra vez? Tú siempre pides esto, ¿no?"
La mesa fue inundada por un silencio sepulcral. Yo nunca había ido a este restaurante antes. La única manera que tuviera sentido lo que había dicho el mesero, es que el estuviera enterado del incidente en Roma. Efectivamente, no había otra explicación. Este mesero era parte de El Complot.
Maldito.
Bueno, el resto de comensales inmediatamente olvidó el asunto, pero vamos, yo lo sudé como nunca en mi vida. Mil y un preguntas pasaron por mi cabeza. ¿Terminaría otra vez en el hospital? ¿Quién iría a comprarme los antibióticos esta vez? Es más, ¿llegaría a casa esta noche?
Al final, llegó mi plato de tagliatelle. Lo miré, y me di cuenta que en vez de salchicha le habían puesto jamón. Tengo que admitir que casi le grité al mesero que así no se hacía el tagliatelle alla ciociara, pero luego decidí callar, que si no me había envenenado este plato, fácil decidía envenenarme el limoncello.
'Ta mare.
Anyway, al final de la noche, sobreviví. No sé por qué. Tal vez el gobierno italiano me había perdonado. O tal vez se les había acabado el presupuesto. O tal vez, quién me salvó fue mi amiga la Cazavampiros, que estuvo en la cena. Ella, en el momento en que el mesero tomó mi orden, seguramente le dio una mirada de esas que dicen "Si le haces algo a mi amigo te meto una estaca en donde más duele," acobardando al pobre diablo de forma que fuera en contra de las órdenes de sus superiores.
Ya ven, para eso uno tiene amigas Cazavampiros. Valen oro.
En Ginebra, pense que me habría librado de semejante peligro. Vamos, tal vez haya una región de Suiza donde se habla italiano, pero está muy lejos, sus tentáculos no llegarían a Ginebra. Y sí, tal vez el CERN está repleto de italianos, pero seguro que tienen cosas más importantes que hacer que preocuparse por la comida. En Ginebra, estaba seguro que estaría a salvo.
No obstante, la semana pasada ocurrió un evento que me dejó la sangre helada. Salí con unos amigos a un restaurante italiano, y resulta que en el menú había un plato de tagliatelle alla ciociara. Sí, lo mismo con lo cual me habían envenenado, pero tagliatelle en vez de rigatoni (que al final es lo mismo, dai). Y la verdad es que no me pude resistir. Terminé contándole a toda la mesa del incidente en Roma, y cómo había terminado en el hospital. Riéndome, y completamente confiado, decidí retar al destino, y me pedí el plato de tagliatelle.
Nunca me esperé que el mesero italiano, a quien nunca había visto en mi vida, me dijera "¿Otra vez? Tú siempre pides esto, ¿no?"
La mesa fue inundada por un silencio sepulcral. Yo nunca había ido a este restaurante antes. La única manera que tuviera sentido lo que había dicho el mesero, es que el estuviera enterado del incidente en Roma. Efectivamente, no había otra explicación. Este mesero era parte de El Complot.
Maldito.
Bueno, el resto de comensales inmediatamente olvidó el asunto, pero vamos, yo lo sudé como nunca en mi vida. Mil y un preguntas pasaron por mi cabeza. ¿Terminaría otra vez en el hospital? ¿Quién iría a comprarme los antibióticos esta vez? Es más, ¿llegaría a casa esta noche?
Al final, llegó mi plato de tagliatelle. Lo miré, y me di cuenta que en vez de salchicha le habían puesto jamón. Tengo que admitir que casi le grité al mesero que así no se hacía el tagliatelle alla ciociara, pero luego decidí callar, que si no me había envenenado este plato, fácil decidía envenenarme el limoncello.
'Ta mare.
Anyway, al final de la noche, sobreviví. No sé por qué. Tal vez el gobierno italiano me había perdonado. O tal vez se les había acabado el presupuesto. O tal vez, quién me salvó fue mi amiga la Cazavampiros, que estuvo en la cena. Ella, en el momento en que el mesero tomó mi orden, seguramente le dio una mirada de esas que dicen "Si le haces algo a mi amigo te meto una estaca en donde más duele," acobardando al pobre diablo de forma que fuera en contra de las órdenes de sus superiores.
Ya ven, para eso uno tiene amigas Cazavampiros. Valen oro.
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