Los que me conocen bien-bien saben que tengo una fascinación por la cultura e historia japonesa. Por ende, cuando Hayasaka-san me ofreció la oportunidad de viajar a Nagoya para colaborar con él por dos semanas y media, casi me salen lágrimas. Era un pequeño sueño hecho realidad.
El pequeño detalle del viaje era que se daba pocos días después de mi viaje a Lima. Esto significa que me iba de un jet-lag a otro, con un cambio horario de 14 horas. La muerte, oe.
Sabiendo que estaría más tonto de lo normal, decidí hacerme una lista de kanjis útiles, de forma que no tendría problema en llegar a la Nagoya Daigaku desde el aeropuerto. Me busqué todos los kanjis que me podrían servir en esa ruta, desde aquél para el nombre del aeropuerto, hasta aquél para la universidad, incluyendo el de las estaciones de metro en donde tenía que hacer los cambios. Estaba listo para todo.
Excepto, claro, a que me cancelaran el vuelo y me mandaran a Osaka. Yabbai.
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Estar en Japón significa ver máquinas con bebidas energéticas en cada esquina, pero ninguna barra de chocolate ni papitas.
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Mi estimado Suzaki-san fue el encargado de entretenerme en el primer fin de semana. Él estaba encargado de organizar el "Evento Social" en un futuro workshop de física de taus, y aprovechó la oportunidad para darle un vistazo a las cosas que Nagoya tenía para ofrecer.
Mi plan para el sábado incluía visitar el castillo de Nagoya, el teatro Noh, y el museo Tokugawa (con una visita a los jardines). Esto era justamente lo que Suzaki-san tenía pensado para el "Evento Social," así que le vino perfecto acompañarme. Por mí, bien, me parecía excelente tener a un japonés que me explicara lo que estaba viendo.
El problema fue que Suzaki-san, a pesar de haber estado viviendo en Nagoya hacía casi medio año, aparentemente no se había movido fuera de un área con radio de tres kilómetros. Nunca había tomado un bus, y no tenía la más mínima idea de qué había dentro del castillo, o el museo.
No sólo eso. Descubrí que Suzaki-san no tenía un buen sentido de orientación. En serio, dábamos la vuelta a la manzana, y Suzaki-san dejaba de tener la más mínima idea de dónde estábamos. Así de fuerte.
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Estar en Japón significa darse cuenta que los animes de Sailor Moon y demás no exageraban cuando dibujaban a las chicas con faldas ultra-cortas, mostrando piernas aparentemente larguísimas.
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- Ok, compadre. Ya has tenido tres noches aburridas. Esta vez tienes que encontrar a alguien con quien conversar.
- Mira, mira, esa chica está sola. Tiene la banderita de haber pedido comida, así que no parece que esté esperando a alguien.
- ¿Y entonces?
- Pues nada, me acerco, le pregunto si habla inglés, y si habla, pues le propongo que cenemos juntos.
- Dale pues, a ver...
- Sumimasen! Eigo ga wakarimas ka? (Disculpa, ¿hablas inglés?)
- (* Cosas raras en japonés *) (Naranjas, compadre)
- Sumimasen! Nihongo ga wakarimasen! (Disculpa, ¡yo no hablo japonés!)
- Oh... I can try...
- Bien, compadre, yo no sé cómo la chica ha atracado a cenar contigo, pero la cosa está simpática.
- Sí, ¿no?
- Ahora dime cómo demonios vas a llevar a cabo la conversación, ¡si con las justas te puedes comunicar con ella!
- No jorobes, oe, que se esfuerza. Es muy chévere esta chica.
- Ya, ya, ¡pero si ni siquiera sabes su nombre!
- Chesu, es verdad...
- Oh, yes, I forgot to ask, what is your name?
- I'm Yurino.
- Listo.
- Ya, y ahora, ¿cómo vas a hacer para acordarte del nombre?
- Verdad, yo soy bien bestia para esto.
- ¿Cómo se llamaba?
- Yurino.
- Pues, "me orino."
- No mames, güey.
- No jorobes tú, que seguro que así no te olvidas de su nombre nunca.
- Hajimemashite, Yurino-san! (¡Gusto en conocerte, Yurino!)
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Estar en Japón significa que una chica que recién conoces te regale un set de imanes en forma de sushi.
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El trabajo durante la semana era duro. Los japoneses trabajan bastante, y era normal almorzar y cenar en la cafetería de la universidad. Alguna vez vi a algunos quedarse a trabajar toda la noche en la universidad. Ahora, al ser yo gaijin, no me exigían tanto, y por lo menos nunca se quejaron cuando yo fugaba a las 7:00 u 8:00 pm.
De lo que no podía escaparme era de las reuniones de grupo, que se daban dos veces a la semana. Por lo general me gustan este tipo de cosas, pero en este caso, eran en japonés. A pesar que me asignaban un traductor, realmente no me enteraba de nada.
En una de esas reuniones, el chico encargado de traducir me dijo que iban a hablar sobre el Rest Room. "Not the bathroom," me dijo. ¿Qué podía ser este Rest Room? Dos minutos después me enteré. El encargado de la charla empezó a poner fotos de camas, de sillas, de relojes despertadores....
Sí. Estaban hablando sobre implementar un salón de la universidad como habitación. Así, la gente que quería quedarse trabajando toda la noche podía dormir un rato.
Pasu. Me empecé a sentir mal por irme a las 7:00 pm...
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Estar en Japón significa sonreirle a desconocidos en el metro simplemente porque ambos son gaijin.
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Mientras caminaba por Kyoto, camino a la casa de Yoko, me topé con un chico, más o menos de mi edad, parado frente a la entrada del metro, con una mano frente a su cara (como si estuviera rezando), y diciendo cosas raras en japonés, al aire. Me dio mucha curiosidad, pero no logré descifrar qué demonios estaba haciendo.
Más adelante, me encontré con una señora haciendo lo mismo. Luego, al encontrar a Yoko, ella me dijo: "Mira a la abuelita loca." Al darme la vuelta, vi a una señora bastante mayor en la misma posición, igual que el chico y la señora de la vez pasada. Parecía que trataban de invocar algo.
Yoko me dijo que era una especie de culto, algo de lo que no se habla mucho en Japón. Aparentemente, me dijo, este culto tiene bastante llegada, parece que incluso han formado su propio partido político. No obstante, no me engañó. Yo sabía muy bien lo que estaba ocurriendo.
¡Era demasiado obvio! La gente esta estaba invocando al Supremo Satánico Shabranigdu. En cualquier momento, aparecería un círculo alquímico sobre la ciudad, el cielo se oscurecería, la tierra se abriría, y miles de demonios onis empezarían a devorar a los pobres habitantes de Kyoto.
Yoko, en cambio, tendría que correr de regreso a su depa (conmigo en el camino), bajar una palanca secreta y entrar a un pasadizo detrás de su armario. Esto la llevaría a una cámara especial, dentro de la cual podría controlar a un mecha tipo El Vengador, con el cual combatiría los terribles demonios. Por supuesto, en algún momento ocurriría un accidente, ella quedaría inconsciente, y yo me vería obligado a controlar el condenado robot (destruyendo la mitad de la ciudad al hacerlo, por supuesto). Yoko re-aparecería en la escena unos diez capítulos más tarde, esta vez controlando un mecha tipo Afrodita (¿qué otro?).
Um.... Me parece, ¿o acabo de tener un lapsus frikis?
Anyway, no les contaré más de esto, pa no malograrles el final de la serie.
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Estar en Japón significa que una señora escriba su nombre en hiragana, katakana, kanji y romaji en un papel, y que luego su esposo haga una grulla de origami con este y te lo dé de regalo.
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El viaje, lamentablemente, quedó muy corto. Antes que me pudiera dar cuenta, ya estaba de vuelta en el avión. En dos semanas y media, había absorbido la mayor cantidad posible de shinto, anime, nihongo, historia japonesa, calpis, misokatsu, y demás. Me encantó.
Ahora, no podría vivir en ese país, lamentablemente. Y es que si viviera ahí permanentemente, el sitio perdería su magia. Me faltan dedos para contar la cantidad de veces que pasé frente al Colosseo en Roma sin siquiera levantar la mirada. La cotidianidad lamentablemente aniquila el resplandor de las cosas, y lo peor que me podría pasar es volverme indiferente frente a todo esto. Así que lo siento, Japón por turismo, y nada más.
Todo esto lo pensaba mientras estaba en el avión de regreso. Estaba tan distraído, que durante la cena boté el cuchillo al piso. Me di la vuelta, y vi que las azafatas estaban bastante ocupadas, y que pasaría mucho tiempo antes que me trajeran un cuchillo nuevo. Miré mi bandeja, y descubrí un par de hashi frente a mi. Los tomé, y me dije: No problem. Mondai nai.
Creo que la comida me supo mejor así.