Desde el momento que abrí la puerta, supe que estaba, nuevamente, en casa.
No, no estoy en Perú. Me encuentro actualmente en lo que llamo Home #2, Valencia, España. Me encuentro en el mismo piso donde pasé los últimos dos años del doctorado, donde pasé el peor año de mi vida, pero también donde luego conocí a la Mari, Herr Deutschland, ODD, la Nube de Ámbar (conocida en este blog inicialmente como Eli), Ola y la GambaGirl.
Acá, constantemente revivo momentos gloriosos, y momentos complicados. Recuerdo sonrisas y frustraciones. Pero me siento en casa. Me encuentro en mi barrio, donde reconozco a la viejita de la misa, al mendigo del parque, a la comunidad latinoamericana que juega fútbol, a la señora que hace la limpieza... y por supuesto, donde tengo amigos muy cercanos.
Podría hablar de esto por horas. Pero curiosamente, el post de hoy no trata de esto, sino de mi hogar anterior. El post trata sobre la mansión de los horrores donde viví en Ginebra. Un sitio que, curiosamente, llegué a querer, no por el sitio en sí, sino por otras razones que ya revelaré más adelante.
Evaluemos mi situación en los últimos dos años. Era (soy) un postdoc que recibe un sueldo español, que debía vivir en Ginebra. Una de las ciudades más caras del mundo. Un sitio donde alquilar un piso cuesta como mínimo unos mil francos. Donde cenar en un restaurante cuesta generalmente unos cuarenta francos. Donde una cerveza puede llegar a costar veinticinco francos.
Para los que no saben, un franco es más o menos similar a un dólar estadounidense. Sí, así de mal estaba la cosa.
Evidentemente tenía que ahorrar. Y no podía ir a cualquier sitio. Terminé viviendo en una residencia de estudiantes, el Foyer St Justin.
El sitio en sí estaba relativamente bien. Ubicado cerca al lago y a la estación de tren, con una cocina relativamente grande, terraza, salón común... sí, de hecho que tenía cosas complicadas, como tener que compartir un baño entre diez personas, y refrigeradores muy pequeños, y prostitutas y dealers en los alrededores, pero por lo general eran cosas bastante aceptables.
El problema, por supuesto, era la administración del Foyer. Eran casi nazis.
Estamos hablando de gente administrando un Foyer con unas 120 personas que venían de todo el mundo. Literalmente. Estos administradores no tenían el más mínimo criterio para manejar un sitio así.
Por ejemplo, la cocina. La cocina era un pequeño desastre, ya que dentro de estas 120 personas, siempre había un par que vivía por primera vez fuera de la casa de sus padres, o que siempre había tenido a alguien que le hiciera las cosas. Por ende, era muy natural que accidentes ocurrieran frecuentemente, desde equivocarse en el momento de reciclar, hasta meter metales en el microondas.
No obstante, la dirección era incapaz de entender esto. Culpaba a los 120 residentes de todos los desastres, y nos "castigaba" amenazando cancelar el servicio de limpieza diario, o incluso proponiendo cerrar la cocina permanentemente. Imponía medidas ridículas, como prohibir a la gente cargar alimentos fuera de la cocina (o sea, olvídate de llevarte un tecito a la habitación).
El racismo era un tema frecuente. Una vez, ocurrió una invasión de cucarachas en la misma cocina. Cuando La Garota Gostosa fue a quejarse, se le culpó de haber traído las cucarachas en su maleta. Geniales. Alguna vez también escuché a la secretaria considerar que algunos residentes venían de sitios donde no había casi civilización... cuando muchos de ellos trabajaba en las Naciones Unidas, o en la Cruz Roja, o seguía maestrías.
La limpieza por lo general era precaria. El Foyer contrataba a solamente dos personas que debían limpiar seis pisos, con veinte habitaciones y dos baños cada uno, junto con la cocina, la terraza, la sala y las áreas de servicio. Dos personas. Ya se imaginan.
Organizar fiestas era todo un rollo. Era crucial enterarse cuándo el responsable estaba fuera el fin de semana (llamémosle Señor Ogro). Si decidíamos hacer una fiesta, y el Señor Ogro se encontraba en casa, bajaba religiosamente a las 11:00 pm para echar a la calle a todos aquellos que no eran residentes. Sin importar que hubieran sido residentes en el pasado, o antiguos miembros de la administración, sin importar que afuera estuviera lloviendo o bajo cero... todos a la calle. La única forma de relajar al Señor Ogro era emborrachándolo... que afortunadamente no era tan difícil.
Tal vez la situación más grave ocurrió a inicios del 2012. El genial Señor Ogro decidió que las habitaciones no estaban suficientemente limpias, así que convenció al Señor Conserje que tomara fotos de cada una de las habitaciones para poder tener pruebas. Como si esto no fuera suficientemente escandaloso, el Señor Conserje tenía tanto criterio como lo tiene un pedazo de ladrillo, y se caracterizaba por entrar sin tocar la puerta.
Por supuesto, todas estas cosas generalmente eran acompañadas por gritos, porque el Señor Ogro era incapaz de razonar.
¿Y por qué nadie se quejó? ¿Por qué la administración se salía con la suya? Fácil, resulta que el mercado inmobiliario en Ginebra es una mafia. Conseguir un sitio dónde vivir puede tomar meses. El Señor Ogro sabía que si alguien se quejaba, simplemente lo amenazaba con echarlo a la calle. Recuerdo que al llegar, La Libanesa de los Ojos Infinitos y yo escribimos una carta, quejándonos de esta situación, y muy poca gente estaba dispuesta a firmarla, por miedo de terminar en la calle.
Pues sí, ahi viví por casi dos años. Tres meses en el 2010, todo el 2012, y la última mitad del 2013. ¿Y por qué regresaba ahí?
El Foyer St Justin, a pesar de todo, tenía algo muy especial: el salón. En dicho salón nos juntábamos a comer personas de todos los continentes del mundo. Personas que queríamos marchar adelante, ya sea estudiando, o trabajando en ONGs, o intentando hacer avanzar a la ciencia, o buscando resolver la burrocracia en las Naciones Unidas. Gente de todos los colores, sabores, olores, frecuencias y texturas. Ahí conocí a El Albanés Amable, La Tedesca Sorridente, Die Tanzenden Italienisch, La Inglesa Hindú, El Árabe Silencioso, Sally, La Gata B, La Libanesa de los Ojos Infinitos, The Relaxed Englishman, La Finlandesa Particular, La Española Puntual, El Brasilero Bonachón, La Garota Gostosa, La Brasilera Alegre, El Canadiense Tranquilo, El Canadiense Asiático, La Portuguesa Borracha, El Indio Cargoso, el Español Superguay, Chibi-Ninja, Mojo Jojo, La Turca Inocente, El Uzbeko Reservado, El Tanzano Chévere, El Niño Albanés, El Alemán Tímido, El Haitiano Sonriente, La Fragolina, La Catalana y Olé... y más gente aún que no llegó a tener apodo.
Dada esta situación, ¿cómo no volver ahí? Sí, de hecho, también conocía gente fantástica en el CERN, y pasé momentos geniales con la gente de la WIPO, incluyendo a Angela y Gedas... pero ¿cómo no ser atraído por este gran conjunto de personas? ¿Cómo no aceptar vivir en las horribles condiciones del Foyer St Justin, si la recompensa iba a ser tan grande?
Yo no me pude resistir. Y es por eso que volví ahí tantas veces. Por otro lado, dicen que El Señor Ogro se retira en Junio, así que si van a Ginebra después de esa fecha, échenle una ojeada al sitio, fácil ya no encuentran de qué quejarse.
¡Ok! ¡Este post me salió gigante! Me despido con una fotito de Valencia. ¡Hasta pronto!