"Tienes que probar mis lentejas, son famosas," le dije.
A ver. Yo, la verdad, no cocino mucho. Mi repertorio se restringe a
menos de diez platos. Pero algo seguro es que aquellos platos que sí sé
hacer, me salen bastante bien. Modestia aparte.
La última vez que Andrea estuvo por Valencia, le preparé mi pollo con
salsa de mostaza. Y parece que le gustó. Así que nada, aprovechando que
volvía a pasar por la ciudad, decidí que era hora de que probara mi
guiso de lentejas. El único problema era que yo estaría asistiendo a la
conferencia ICHEP, así que no tendría mucho tiempo para cocinar nada.
Luego de considerarlo un momento, pensé que lo ideal sería preparar las
lentejas antes de que ella llegara, y las calentaríamos apenas
tuviéramos una noche libre.
La preparación fue exitosa. Le invité un poco a mis compañeros de piso, y
confirmamos que el plato había salido bien. Separé una porción grande, y
la metí inmediatamente en el refrigerador. Chévere.
Andrea llegó, y bueno, nos demoramos un poco en tener una noche libre.
Al estar con ICHEP pendiente, salieron varias propuestas para cenar en
la calle, y recién le prestamos atención al plato el lunes, cinco días
después de la preparación. Saqué el guiso, y lo separé en dos porciones.
Sobró un poco, que volvió al refrigerador, y el resto fue recalentado.
Lo serví, y esperé a que me diera su opinión.
Su reacción inicial fue extraña. Por lo general la gente no espera mucho
de mi cocina, y se sorprende bastante luego de la primera probada. En
su caso, lo probó, y se quedó en silencio. Volvió a probarlo, y no dijo
nada. Yo no sabía qué hacer, e intenté un "¿Qué te parece el sabor?"
Ella respondió que estaba bien, pero inmediatamente me preguntó qué
ingredientes había incluido.
Mencioné un par de ingredientes, pero no le di mucha importancia a su
pregunta. Ella insistió, "Veo unas cosas blanquitas, con forma de media
luna...." Yo seguí sin prestarle atención, "será el ajo," respondí. Ella
no estaba tranquila, "¿seguro que es el ajo? hay mucho," contraatacó.
Fue entonces que miré mi plato de cerca. Y efectivamente, había
bastantes pedacitos blancos, todos con la misma forma, como media luna.
"Es verdad," le respondí, "inicialmente, al verlo, pensé que eran
pedazos de tocino, pero no lo son, seguro que es ajo." Ella me siguió
mirando, "¿estás seguro?"
Con esto, entendí lo que me estaba diciendo. Me levanté de la mesa, y mientras me dirigía a la cocina, le dije "No son gusanos."
Y no, no podían ser gusanos. Era cierto, eran todos pedacitos iguales,
blanquitos, pero no eran gusanos. Seguro era ajo. Saqué la tabla de
picar, puse un ajo, lo piqué, lo miré de cerca... y me di cuenta que las
medias lunas no eran ajo.
¡Pero no podían ser gusanos! ¡No se estaban moviendo! Me negaba a creer
que mi excelsa comida hubiera sido manchada de esa forma. Fue en eso que
recordé que había sobrado una porción, que seguía en el refrigerador.
Si esas medias lunas eran gusanos, entonces los encontraría vivos en la
porción que no había recalentado. Saqué la porción, la miré de cerca, y
encontré las medias lunas... y no se movían.
Esto me alivió, pero Andrea no estaba convencida. "No te preocupes," me
dijo, "no es la primera vez que me pasa, ya antes he comido gusanos."
La verdad es que no supe cómo responder a esto, así que decidí no hacerlo.
Repasamos los ingredientes. No era ajo. Tampoco era cebolla. Menos el
tocino. ¿Qué otra cosa había añadido? Tomates y pimientos... ¿podrían
ser semillas de algunos de ellos? Miré las medias lunas de cerca
nuevamente... no eran semillas.
¿Qué más? ¡Caldo de pollo! Tomé una de las pastillas, la trituré... y no
encontré nada raro. ¿El pimentón? ¿El orégano? Igualmente, en los
contenedores no había nada fuera de lo normal. Había también pasta de
tomate, pero no tenía forma de comprobar que hubiera habido algún
elemento extraño en ella. Pero vamos, la pasta de tomate viene en lata, y
estas cosas duran mucho tiempo. "¿Y las lentejas," me preguntó Andrea,
"¿las lavaste?" Yo le aseguré que había estado casi diez minutos lavando
las lentejas, y que no había visto nada de gusanos en ellas.
Con esto, llegamos al final de la lista de ingredientes. Las medias
lunas seguían sin ser identificadas. Miramos nuestros platos, y ninguno
se atrevió a seguir comiendo. Pero el asunto no tenía sentido. Si los
ingredientes estaban todos bien, y ni yo ni mis compañeros de piso
habíamos visto ningún gusano cuando comimos las lentejas cinco días
antes... eso significaba que los gusanos habrían salido del plato dentro
de los cinco días que estuvo refrigerado... y no sólo eso, habrían
salido y muerto al mismo instante, porque estas medias lunas no se
estaban moviendo. ¿Qué demonios eran esas medias lunas?
Mi reflexión fue interrumpida por Andrea. "I'm sorry, Jones," me dijo,
"Those are maggots." Se levantó con tristeza, llevó su plato a la
cocina, y lo echó a la basura.
En ese momento, mi autoestima se fue al piso. ¿Era esto posible? Mi
excelente plato de lentejas, ¿lleno de gusanos? Mientras escuchaba a
Andrea lavar su plato y regresar a la sala, me quedé contemplando mi
propio plato, preguntándome "¿por qué?".
Y entonces la vi. La lenteja. Esa lenteja. El pedazo de evidencia que
necesitaba. Andrea se acercó para recoger mi plato, y le dije "¡Espera!"
Tomé la lenteja, esa lenteja, y se la acerqué. La miramos de cerca. Y
notamos que la lenteja, esa lenteja, no era un óvalo perfecto, como
generalmente uno las imagina. Efectivamente, tenía una estructura no
trivial. A un ladito de ella, asomándose tímidamente, salía una pequeña
raíz. Tomé la raíz, la despegué de la lenteja, de esa lenteja, y vimos
que la raíz era blanquita, con forma de media luna.
Andrea pasó hambre esa noche.
jueves, 10 de julio de 2014
miércoles, 2 de julio de 2014
El Camino a Castro (Segunda Parte)
Recapitulemos. Luego de caminar aproximadamente unos 135 kilómetros, había llegado al pueblo de Castro. Mis canillas estaban agonizando, y no me pareció posible, ni saludable, seguir caminando hasta A Fonsagrada.
En el albergue de Castro, la hospitalera fue muy amable, y me llamó un taxi que me llevara hacia A Fonsagrada. Al llegar el taxi, encontré en él a La Familia Australiana, que aparentemente no andaban muy bien tampoco. Buen timing.
Llegamos juntos al albergue de A Fonsagrada, y nos dirigimos a la posta médica. Al yo tener la tarjeta sanitaria española, mi trámite fue más sencillo, y pasé al médico primero.
Yo seguía optimista, y le dije que esperaba poder seguir avanzando luego de uno o dos días de descanso. El me sentó, me examinó, y me dijo: "Tócate la pierna, ahí donde te duele."
Yo lo hice. Luego me indicó: "Ahora sube y baja la punta del pie."
Y fue entonces que me di cuenta de lo mal que estaba. Dentro de la pierna, sentía como si tuviera un serrucho metido. Krok krok. Krok krok.
Horrible, oye.
Diagnosticado con tendinitis, slash, tendinosis. O tenosinovitis, no sé, no le entendí la letra. Anyway, me recetó anti-inflamatorios, y mirándome con mucha pena, me dijo "De cinco a siete días de descanso."
No llegaría a Santiago.
La Familia Australiana no estaba tan mal. La Australiana Mayor tenía una ampolla infectada, mientras que La Australiana Menor tenía un poco forzado el tobillo. Dos días de descanso para las dos.
Así que nada, debía regresar a Valencia. Luego de una noche con mucho alcohol, en la que descubrí que este último funciona de maravilla como analgésico, tomé un bus con dirección a Lugo, acompañado por La Familia Australiana. De ahí saldría un tren hacia Valencia.
Lugo apestó. Literalmente. Luego de tres semanas de huelga de recogedores de basura, la ciudad estaba cubierta de inmundicia. A pesar que el no poder caminar me impediría ver la ciudad, la verdad es que verla así no era algo muy deseable, que digamos. Luego de un breve intermezzo en la oficina de información, donde la encargada no fue capaz de encontrar nuestra ubicación en un mapa, nos dirigimos al albergue.
En el albergue no esperaba encontrarme a nadie. Vamos, estaba en Lugo, había tenido que tomar un bus que me adelantara 50 kilómetros con respecto al resto. Pero me equivoqué. En el albergue estaba El Tío de Gafas, a quien conocí el primer día del camino. Este tipo había caminado 50 kilómetros más que todos, en la misma cantidad de tiempo. Era un monstruo.
Al verme cojear, ocurrió el segundo momento anime del Camino. Me preguntó si quería llegar a Santiago. Aparentemente, él conocía un masaje especial que "reparaba" tendinitis, slash, tendinosis. O tenosinovitis. Me dijo que los tendones estaban retorcidos entre ellos, y había que ponerlos derechos usando un masaje. Me dijo que durante el masaje sufriría como un perro, pero que podría caminar al día siguiente.
Lo miré un momento. Luego recordé que él mismo había sugerido que un oso me podría comer en la Ruta de los Hospitales. Así que sonreí, le agradecí la oferta, pero decidí no arriesgarme.
La noche del día siguiente, estaba ya en Valencia.
Es extraño, pero, a pesar del dolor en el orgullo, no me molesta tanto no haber llegado a Santiago. Por un lado, a pesar de no haber llegado, sí superé mi límite personal. Vamos, nunca antes había caminado cinco días seguidos, nunca antes había avanzado 135 kilómetros a pie.
No obstante, no es la superación personal lo que alivia mi frustración. Creo que es el hecho que no tenía ningún buen motivo para hacer el Camino, más allá del entretenimiento. Escuché de mucha gente que hacía el Camino para encontrar paz, para decidir qué hacer en el futuro, para entenderse mejor a sí mismos... yo no tenía ninguna motivación así de profunda. Es más, ya había hecho alguna vez una caminata más corta, y esa vez sí tenía mucho que pensar. Esta vez no, sólo se encontraba frente a mi el esfuerzo, y nada más.
Así que, por otro lado, tal vez haya sido bueno no haberlo terminado. Dejar esta puerta abierta, y venir a cerrarla la próxima vez que tenga que replantearme la vida, o tomar alguna decisión importante, o whatever.
No digo esto por las puras. A fin de mes ya estaré de vuelta en Perú, se supone que permanentemente. No me sorprendería que, de aquí a unos años, luego de haberme asentado al 100%, tenga dudas sobre mis decisiones, sobre mi elección de volver a Lima. De ser así, ¿qué mejor manera de disipar mis posibles dudas existenciales, que regresar a Castro, y retomar el Camino Primitivo?
Anyway. Se acabó mi aventura en el Camino, y con ella mi aventura en Europa. Es probable que la próxima vez que escriba sea desde Lima, en una aventura completamente diferente. Han sido casi nueve años desde que salí de Perú, y ha pasado muchísimo desde entonces.
A ver qué traen los próximos nueve años.
En el albergue de Castro, la hospitalera fue muy amable, y me llamó un taxi que me llevara hacia A Fonsagrada. Al llegar el taxi, encontré en él a La Familia Australiana, que aparentemente no andaban muy bien tampoco. Buen timing.
Llegamos juntos al albergue de A Fonsagrada, y nos dirigimos a la posta médica. Al yo tener la tarjeta sanitaria española, mi trámite fue más sencillo, y pasé al médico primero.
Yo seguía optimista, y le dije que esperaba poder seguir avanzando luego de uno o dos días de descanso. El me sentó, me examinó, y me dijo: "Tócate la pierna, ahí donde te duele."
Yo lo hice. Luego me indicó: "Ahora sube y baja la punta del pie."
Y fue entonces que me di cuenta de lo mal que estaba. Dentro de la pierna, sentía como si tuviera un serrucho metido. Krok krok. Krok krok.
Horrible, oye.
Diagnosticado con tendinitis, slash, tendinosis. O tenosinovitis, no sé, no le entendí la letra. Anyway, me recetó anti-inflamatorios, y mirándome con mucha pena, me dijo "De cinco a siete días de descanso."
No llegaría a Santiago.
La Familia Australiana no estaba tan mal. La Australiana Mayor tenía una ampolla infectada, mientras que La Australiana Menor tenía un poco forzado el tobillo. Dos días de descanso para las dos.
Así que nada, debía regresar a Valencia. Luego de una noche con mucho alcohol, en la que descubrí que este último funciona de maravilla como analgésico, tomé un bus con dirección a Lugo, acompañado por La Familia Australiana. De ahí saldría un tren hacia Valencia.
Lugo apestó. Literalmente. Luego de tres semanas de huelga de recogedores de basura, la ciudad estaba cubierta de inmundicia. A pesar que el no poder caminar me impediría ver la ciudad, la verdad es que verla así no era algo muy deseable, que digamos. Luego de un breve intermezzo en la oficina de información, donde la encargada no fue capaz de encontrar nuestra ubicación en un mapa, nos dirigimos al albergue.
En el albergue no esperaba encontrarme a nadie. Vamos, estaba en Lugo, había tenido que tomar un bus que me adelantara 50 kilómetros con respecto al resto. Pero me equivoqué. En el albergue estaba El Tío de Gafas, a quien conocí el primer día del camino. Este tipo había caminado 50 kilómetros más que todos, en la misma cantidad de tiempo. Era un monstruo.
Al verme cojear, ocurrió el segundo momento anime del Camino. Me preguntó si quería llegar a Santiago. Aparentemente, él conocía un masaje especial que "reparaba" tendinitis, slash, tendinosis. O tenosinovitis. Me dijo que los tendones estaban retorcidos entre ellos, y había que ponerlos derechos usando un masaje. Me dijo que durante el masaje sufriría como un perro, pero que podría caminar al día siguiente.
Lo miré un momento. Luego recordé que él mismo había sugerido que un oso me podría comer en la Ruta de los Hospitales. Así que sonreí, le agradecí la oferta, pero decidí no arriesgarme.
La noche del día siguiente, estaba ya en Valencia.
Es extraño, pero, a pesar del dolor en el orgullo, no me molesta tanto no haber llegado a Santiago. Por un lado, a pesar de no haber llegado, sí superé mi límite personal. Vamos, nunca antes había caminado cinco días seguidos, nunca antes había avanzado 135 kilómetros a pie.
No obstante, no es la superación personal lo que alivia mi frustración. Creo que es el hecho que no tenía ningún buen motivo para hacer el Camino, más allá del entretenimiento. Escuché de mucha gente que hacía el Camino para encontrar paz, para decidir qué hacer en el futuro, para entenderse mejor a sí mismos... yo no tenía ninguna motivación así de profunda. Es más, ya había hecho alguna vez una caminata más corta, y esa vez sí tenía mucho que pensar. Esta vez no, sólo se encontraba frente a mi el esfuerzo, y nada más.
Así que, por otro lado, tal vez haya sido bueno no haberlo terminado. Dejar esta puerta abierta, y venir a cerrarla la próxima vez que tenga que replantearme la vida, o tomar alguna decisión importante, o whatever.
No digo esto por las puras. A fin de mes ya estaré de vuelta en Perú, se supone que permanentemente. No me sorprendería que, de aquí a unos años, luego de haberme asentado al 100%, tenga dudas sobre mis decisiones, sobre mi elección de volver a Lima. De ser así, ¿qué mejor manera de disipar mis posibles dudas existenciales, que regresar a Castro, y retomar el Camino Primitivo?
Anyway. Se acabó mi aventura en el Camino, y con ella mi aventura en Europa. Es probable que la próxima vez que escriba sea desde Lima, en una aventura completamente diferente. Han sido casi nueve años desde que salí de Perú, y ha pasado muchísimo desde entonces.
A ver qué traen los próximos nueve años.
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