viernes, 1 de agosto de 2014

Introducción a la Aerofobia

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Pos na. Estaba listo para partir. Había logrado empacar todo en tres maletas, y había regalado lo poco que no podía llevar conmigo. Nuevamente, era hora de dejar Valencia.

Llegué al aeropuerto mucho más temprano de lo necesario, y luego de ser asaltado por Iberia (para variar), logré chequear mis tres maletas. Esta vez no quería hacer un drama, y en vez de mandar mensajes de texto de despedida a todos mis amigos cercanos, me quedé leyendo y pensando en otra cosa.

Fue entonces que anunciaron el embarque de mi vuelo. Pos na. Vamos a Perú, familia. El avión era pequeño, de esos que tienen hélices grandes en las alas. Embarqué, coloqué mi equipaje de mano, botella de horchata, y botella de mistela en el compartimento apropiado, y esperé al despegue. Esta vez, no habría drama. Sabía que volvería a Valencia.

El vuelo salió sin problemas, y tuve la suerte de tener la ventana en una ubicación apropiada para darle un vistazo más a la ciudad. Ahí estaba mi río Turia, ahí estaba mi Bioparc, mi Campanar, mi estación de autobuses, mi Ruzafa, mi plaza de toros, mi Plaza del Ayuntamiento, mi Miguelete, mi Barrio del Carmen, mis Torres de Serrano, mi piso, mis Jardines de Viveros, mi Mestalla, mi Ciudad de las Artes y Ciencias, mi playa, mi puerto, mi Mediterráneo, mi Albufera...

Mi Valencia.

Pero no haría drama. Basta con el drama del 2010, cuando dejé la ciudad por primera vez. Suficiente. Decidí dormir un poco, así que apoyé mi cabeza en la ventana, cerré los ojos, y dejé que el ruido del motor me adormezca.

Habré dormido unos 15 minutos, cuando en eso sentí que el ruido del motor se detuvo. Me desperté inmediatamente, justo para sentir que el avión dejaba de volar en línea recta. Luego de una pequeña sacudida, empezamos a volar en diagonal. Esperando lo peor, miré por la ventana, y descubrí que la hélice en el ala se empezaba a detener.

Chesu.

Me mantuve en silencio. Aparentemente, no todos se habían dado cuenta que el motor se había detenido, y no quería empezar una histeria. Aparentemente, las azafatas sí se habían dado cuenta, y para distraer a la gente, empezaron a ofrecer los productos del Duty Free.

Vamos, o era para distraer a la gente, o era para exprimir los últimos euros que tuviéramos antes de morir.

Habrán sido cinco - diez minutos de pequeñas sacudidas, mientras el piloto aparentemente intentaba volar el avión con solo un motor. Parecieron cinco - diez años. Mientras tanto, evalué prender mi celular y enviar todos los mensajitos de texto que no había enviado una hora antes. Pero vamos, había decidido que no habría drama esta vez, así que me quedé quieto, y confié en el piloto.

Fue entonces que el piloto se dirigió a los pasajeros. Que teníamos una avería, hombre. Que nos regresábamos a Valencia.

Okey, mire usted, yo realmente quería regresar a Valencia, pero no era necesario cumplir mi deseo tan pronto.

La verdad, el regreso no fue traumático. Aparentemente el piloto había decidido ya regresar a Valencia desde que empezó la avería, así que aterrizamos muy poco tiempo después de su anuncio. Lo increíble fue que luego de aterrizar, pasó menos de media hora antes que nos embarcaran en otro avión.

A ver, ya sé que le dije que no era necesario que volviera a Valencia tan pronto, ¡pero por lo menos deme una hora para recuperarme del trauma!

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Pos no. A volar otra vez. A un avión más grande, de esos que no tienen hélices grandes en las alas. Esta vez todos le prestamos atención a las indicaciones de seguridad. Y de ahí a despegar, y nuevamente a pasar por la despedida, mira, mi Turia, mi Bioparc, mi pucha que me malograron mi momento feeling, 'ta mare.

Tengo que admitir que, a pesar que esta vez no falló ningún motor, este vuelo fue tan traumático como el anterior. Porque no sé de dónde habrán sacado el avión, pero todo crujía. En la acelerada, crujió, en el despegue, madre mía si no crujió, al llegar a la altura máxima, crujió, todo el vuelo se la pasó crujiendo el condenado avión. Y con el trauma del vuelo anterior, pues uno no podía quedarse tranquilo. Uno empezaba a imaginar cómo usaría el asiento como planeador, y cómo usarlo para amortiguar el impacto, si es que en eso una de esas crujidas se ponía seria. Fue horrible.

Y la aterrizada... pucha. Como este avión era más grande, volamos más alto. Si ya con el avión pequeño empezábamos a aterrizar poco tiempo después de llegar a la altura máxima, en este caso empezamos a aterrizar muy tarde. Creo. Porque esa es la única explicación que le encuentro a los espantoso que fue el aterrizaje. Evidentemente íbamos muy rápido, el avión crujió como nunca, la rueda hizo un ruido que nunca antes había escuchado, y cuando giramos para cambiar de pista me sentí como si estuviera en una combi en carrera.

Fue entonces que entendí por qué la Supernena se vuelve religiosa cuando toma aviones.

Pero llegamos a Madrid. Vivos. Pálidos, con el estómago hecho trizas, con ganas de ir a comprar rosarios, pero vivos.

Anyway. Ahora me encuentro en Perú. En la PUCP. Contratado y todo, y empezando a dar clases a fines de Agosto. La aventura europea realmente acabó, y gracias a Diosito lindo logré llegar a Lima vivito y coleando, para empezar así la nueva aventura peruana.

Ya les cuento.