Llegamos a Cuzco. Luego de encontrarnos en Lima, Andrew, Paola y yo estábamos listos para empezar el camino Inca a Machu Picchu.
Por supuesto, antes de comenzar el recorrido había que acostumbrarse a la altura. El plan era llegar a Cuzco un viernes, hacer turismo por un par de días, e iniciar la caminata el lunes.
Una de las cosas más curiosas del turismo en Cuzco es la gran variedad de guías que uno encuentra. Desde el guía 'estándar' de Ollantaytambo, hasta aquel con cara de asesino en serie de Coricancha, cada tour dejó anécdotas graciosas involucrando al guía.
Por supuesto, este comentario excluye al guía de Sacsayhuamán.
La última vez que estuve en Sacsayhuamán fue en el 2014, cuando viajé a Cuzco para el matri de la Monse. Esa vez, tuve un guía fantástico, que me explicó con lujo de detalles la estructura del lugar.
Esta vez, las cosas fueron un poco distintas. El guía nos juntó, y empezó a explicar la historia de Sacsayhuamán... pero la notamos un poco tergiversada. Empezó diciendo que la gente del Cuzco inicialmente vivió en la zona del lago Titicaca, pero que en esa época el lago se encontraba a 200 metros sobre el nivel del mar. Luego, vamos, se juntaron las placas tectónicas, y de un momento a otro los habitantes se encontraron a 4000 metros.
Bien ahí.
Estos habitantes decidieron mudarse, porque aparentemente a esa altura sus técnicas agrícolas no funcionaban. Afortunadamente, en la zona de Cuzco encontraron poblaciones que sí sabían cultivar la tierra, y aprendieron de ellas. Lo que no explicó era si eso ocurrió porque los otros pueblos eran más capos en agricultura, o porque Cuzco siempre estuvo a más de 3000 metros.
Decidimos no preguntarle.
Luego empezó a afirmar que Sacsayhuamán tenía más de 50 000 años (sí, cincuenta mil, leyeron bien), y que la piedra fue labrada con herramientas de platino. Que los españoles, celosos de esta gran tecnología, le echaron tierrita a toda la construcción, para desprestigiar a la cultura Inca.
Ajá.
Luego empezó a mezclar mitología andina con religión cristiana, metiendo simbolismos europeos por doquier. Y de ahí, empezó a hablar pestes de los científicos, pobres ignorantes orgullosos que se resistían a aceptar las pruebas evidentes de que los Incas eran casi Super Saiyajines.
Decidimos no decirle que los tres eramos científicos. Vamos, que como físicos de partículas no somos capaces de distinguir una piedra de un lanzón monolítico, pero seguro nos odiaría igual.
Luego nos miró a los ojos, y nos dijo que era chamán.
Eso explicaba todo. Estaba aún más claro que debíamos escapar cuanto antes.
Resignados, le dimos nuestro dinero, con la condición de que se calle y nos deje ir. No le debe haber hecho mucha gracia, pero tomó nuestro dinero de todas formas. Maldito.
Luego de escapar, nos dirigimos a Tambomachay y Pukapukara. No obstante, no nos sentíamos del todo seguros. Era como si el guía chamán nos persiguiera, transformado en puma, cóndor o serpiente, listo para echarnos una maldición encima en el momento que mostráramos nuestro background científico.
Regresamos a Cuzco, almorzamos con una amiga mía, y procedimos a descansar. Al día siguiente partiríamos a Ollantaytambo, y empezaríamos el camino Inca.
Esa noche, cumplimos la tradición: mientras Paola iba a misa, Andrew y yo nos juntamos en búsqueda de alcohol. Hacía frío, así que cogí mi chaqueta del CERN, que es muy abrigadora.
En ese momento, escuché un rugido cósmico: por haberme puesto la chaqueta, el chamán descubrió que yo era un sucio científico. Por un momento sentí una maldición caer sobre mi, pero, por supuesto, la ignoré.
Esa noche, al cambiarme, descubrí los efectos de la maldición. Estaba lleno de ronchas. Me había dado una especie de alergia, justamente unas horas antes de emprender el camino Inca. ¡Malvado chamán! ¡Quería impedir que llegara a la Ciudad Sagrada de los Incas!
Afortunadamente, la medicina moderna es más poderosa que la magia negra, y con un antihistamínico bastó. Tal vez haya estado un poco somnoliento en Machu Picchu, pero triunfamos.
Fue bravazo, gente. No se lo pierdan.