A lo largo de mi vida, mis padres me han apoyado muchísimo. Así que bueno, se me ocurrió que una forma de agradecerles era invitándolos a un viaje. Y no a cualquier sitio, no señor, yo quería invitarlos a Japón.
Afortunadamente, mis ahorros me lo permitían. Así que listo, planifiqué dos semanas en Japón, quedándonos principalmente en Tokyo y Kyoto. No sólo eso, conseguí también el Rail Pass, así que, desde Kyoto, planeamos viajes de un día a Himeji, Nagoya, Hiroshima, Osaka y Nara. Y desde Tokio, lo mismo, un viajecito a Kamakura.
Y por supuesto, salió bastante bien. La novia no se podía quedar atrás, desde luego, así que decidió acompañarnos. Fue un viaje bonito, además de las ciudades mencionadas logramos ir a una función de Kabuki, a un torneo de Sumo, y a un acuario casi tan bacán como el de Valencia. Y claro, me encontré con Yoko y La Chibi-Ninja en Tokyo, mientras que en Kyoto me reuní con Takashi y Satoru. Fantástico.
Ahora bien, acá en Lima cuando cuento cosas agradables de mis viajes me dicen que estoy alardeando, así que vamos a contar las cosas que salieron mal. Y seamos sinceros, ese es el tipo de historia que más les gusta, ¿o me equivoco?
Lo primero fue el hospedaje. Resulta que como profesor universitario mi presupuesto tampoco podía ser demasiado grande, así que escogí cierto tipo de hoteles, algo más económicos que el Marriot. Sabía ya que estos hoteles serían algo pequeños, y advertí a todo el mundo que no tendrían mucho espacio dentro de las habitaciones. Pero en principio eso no sería problema, ya que la idea era usar los hoteles para dormir, nada más.
Nuestra sorpresa fue grande al descubrir que estos hoteles, al ser económicos, se ahorraban ciertas cosas. Y a pesar de que en cada habitación había una cama súper cómoda, y televisión gigante, y aire acondicionado, y water-con-chorro-de-agua-que-te-limpia-el-poto, una cosa muy importante faltaba siempre: un armario, o clóset, dónde guardar la ropa.
Por supuesto, ni yo ni la novia tuvimos problemas serios con esto... ¿pero imaginan a mi madre sin un armario? Casi se vuelve a Lima.
La verdad es que no nos quedó muy claro por qué no habían armarios. Lo primero que pensamos es que eran hoteles para businessmen, gente que estaría ahí una noche y nada más. Pero no, familias enteras se hospedaban ahí. ¿Dónde metían la ropa? ¿No las sacaban nunca de las maletas?
Pero mi estrategia funcionó. Como mis padres no estaban 100% cómodos con las habitaciones, siempre querían salir. Así que los hice caminar. Y caminamos mucho, al punto que el relojito llegó un día a contar 20 000 pasos.
Por supuesto, después de una semana sin parar, mis padres me pidieron un descanso. Pensando qué hacer, decidimos cambiar el viaje inicial a Kanazawa, por uno a Hiroshima, que quedaba más lejos. De esta manera, estaríamos forzados a estar sentados en el tren por cuatro horas, y recuperaríamos fuerzas para las visitas futuras.
Ahora bien, estando en el Memorial de la Paz de Hiroshima, unos estudiantes se acercaron a mi papá para entrevistarlo. Estaban estudiando inglés, y querían usar la entrevista para practicar. Le preguntaron qué pensaba de la situación mundial en estos momentos, qué significaba "paz" para él, y cosas así. Pero en eso le preguntaron "¿Y por qué viniste a Hiroshima el día de hoy?"
Nos miramos entre nosotros fijamente. Y mi papá les mintió.
Claro pues. ¿Cómo íbamos a decirles que usamos el viaje como una excusa para estar sentados por cuatro horas en un tren?
Y bueno, el viaje tuvo mil anécdotas. Por ejemplo, cómo la novia era igual de capaz que yo comunicándose con los japoneses, a pesar de que yo he estado siguiendo clases por seis meses, y ella sólo tres. Resulta que a los japoneses les bastan los keywords, y uno obtiene el mismo resultado diciendo Koko wa tabako wo suu koto ga dekimasu ka que simplemente Tabako?
Ya ustedes pueden averiguar qué cazzo he querido decir ahí. Pero era una frase muy importante para mi mamá.
La penúltima noche, nos reunimos con Yoko y La Chibi-Ninja. Esta última había reservado una mesa en una terraza, con vista al Sumidagawa y al Tokyo Skytree. Fenomenomenal. Lamentablemente, ellas tuvieron que irse temprano, ya que el metro cerraba. Nos dejaron dinero para pagar la cuenta, nos abrazamos, y la novia y yo nos quedamos un rato más, acabando la botella de vino.
Cuando estábamos por acabar, pedimos la cuenta. Cuando llegó, casi nos tiramos por la ventana: salió a 17 mil yen (como ciento cincuenta dólares). Sabíamos que el sitio era caro, pero lo que nadie sabía era que cobraban entrada. Y oh sorpresa, no nos alcanzaba la plata, y oh sorpresa, no aceptaban tarjeta de crédito.
Así que nada. La novia se quedó de rehén, mandando miradas fulminantes a quien se le acercara (sabemos que ahora tiene por lo menos una enemiga más). Yo, mientras tanto, me fui con una mesera a un 7-eleven, a sacar plata. Qué roche. Pero bueno, por lo menos logré practicar mi japonés un poquito, y ahora tengo una amiga más.
Y eso. Regresamos ayer. Y estamos agotados. Y me estoy quedando dormido mientras escribo esto. ¡Pero creo que salió bien!
Hablamos.