Como ya he comentado anteriormente, me he metido en el gimnasio. Resulta que ser un Superhombre Nietzcheano no es suficiente en este mundo, y hay que controlar la guata.
Viendo la valentía y coraje que mostraba con este nueva empresa, mi madre intuyó que no duraría ahí mas de tres semanas. Así que, para mantenerme interesado, me regaló un relojito de esos que cuentan pasos, registran calorías quemadas, monitorean el ritmo cardíaco, y marcan la cantidad de pisos subidos.
Chesu, me sorprendo con la frase anterior: contar, registrar, monitorear y marcar. Estar ocho años escribiendo este blog por lo menos me ha ayudado con el tema de "palabras parecidas."
Anyway, el punto es que mi madre sabía que si quería mantenerme en el gimnasio, debía ser capaz de hacer estadística con mi ejercicio. Sí, así de friki cree que soy.
La primera semana de uso, descubrí que el relojito era un poco... sensible, digamos.
Una de las características del relojito es que, cuando uno cumple con algún objetivo (por ejemplo, dar 10 000 pasos), el
relojito vibra, suena, baila la Macarena. Para que uno tenga más ganas
de hacer ejercicio, dicen. Pues nada, en esa primera semana de uso, en el momento de aplaudir al final de una charla, el relojito hizo justamente eso. Vibró, sonó, y bailó la Macarena.
Resulta que para el relojito, aplaudir es equivalente a dar un paso. Carambas.
Y no sólo eso, el aparato este cuenta pasos cuando uno mueve las manos al hablar. Claramente, el reloj no fue construido en Italia.
Bueno, no había problema, el aparato tenía como objetivo monitorear mi ejercicio, así que bastaba con ponérmelo los días que iba al gimnasio, y listo. Y quedarme callado.
Otra cosa que hace el relojito es reconocer mis "logros." Por ejemplo, me llegó un correo electrónico la primera vez que registré más de 15 000 pasos. Otra vez, para darme más ganas de hacer ejercicio.
La otra vez salí a montar bicicleta, y al volver, me llegó uno de esos mensajes. Que había recibido una insignia, por haber subido 50 plantas.
¿Perdón? ¿En qué momento pasó eso? Si voy en bicicleta, no subo nada, a lo mucho de vez en cuando caigo.
Pero eso fue chancay de a veinte, comparado con la vez que fui a Rupac. Este se encuentra en la punta de una montaña, en la sierra de Huaral. Una pasada. Pero llegar no es del todo trivial.
Resulta que cuando el bus nos dejó en el punto de partida, mi relojito había registrado ya 400 plantas subidas. Sí, 400 plantas, no escalones, sólo por ir en bus. Y sí, nuestras pistas y carreteras en Perú son una vergüenza, eso lo sabemos.
Al final del viaje, luego de subir hasta Rupac, terminé con 677 plantas.
Lo que me sorprende es que me llegó una insignia, confirmando que había subido más de 600 pisos. ¿Eso significa que hay gente que sí se sube 600 pisos de un tirón? ¿Pero cómo? ¡Si ya es complicado subir diez!
Anyway, el relojito está entretenido, pero ya sé que no me lo puedo tomar demasiado en serio. Lo bacán es que sí registra bien el ritmo cardíaco, que en efecto me ayuda a entender mi progreso en este tortuoso camino llamando estar fit.
¡Esperemos nomas que no me lleguen insignias por superar 500 pulsaciones por minuto!
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