viernes, 28 de junio de 2013

Neko

En estos últimos meses me he visto involucrado en una especie de relación amor - odio. Sinceramente, es complicado de describir. Podemos pasar momentos maravillosos, donde la complicidad se transmite sin necesidad de ninguna palabra, así como momentos de tensión extrema, donde una de las partes tiene el riesgo de ser lanzado fuera de la ventana. Es una de esas cosas que uno quiere y no quiere a la vez. Y bueno, debo confesar que a pesar que esta relación trae cosas buenas, no sé qué tanto tiempo logre aguantar tantas noches durmiendo mal, tantos arañazos en el cuerpo, y tantos maullidos en mi oreja.

¿Maullidos? ¿Arañazos? Claro, estoy hablando de mi relación con El Gato de La Guapa. ¿De qué pensaban que hablaba? ¿De mi propia versión de 50 Shades of Grey?

El Gato de La Guapa (a quién podría llamar Sam) apareció poco tiempo antes de aquel viaje. Al regresar de Ginebra, descubrí que el gatito del cual La Guapa hablaba tanto se había transformado en un gatote con complejo de marmota, que ocupaba un lugar central dentro del pequeño piso donde La Guapa vive.

La verdad es que a mi me gustan los animales. Siempre quise tener un perro, pero lamentablemente las circunstancias nunca me lo han permitido. Así que bueno, pensé que tener la oportunidad de interactuar con un gato no me vendría mal. Recordando a Scimuni, el gato de Fabio, rasqué los puntos claves detrás de las orejas de El Gato de la Guapa, lo hice jugar con una u otra pitita, y me gané su confianza.

Por supuesto, jugar con un gato no es lo mismo que jugar con un perro. Por ejemplo, las caricias no son siempre bienvenidas. Y a pesar que uno pueda estar dispuesto a expresar todo su amor y devoción hacia el animal, si el gato no está de ganas, pues tiene claro qué orificio enseñarte. Así que he tenido que aprender de a pocos cómo tratar con este felino.

Ahora, se podría decir mucho, muchísimo, sobre el comportamiento del condenado animal, pero eso ya ha sido hecho muchas veces. Así que intentaré contar cosas que me parecen particulares de este gato.

Para empezar, El Gato de la Guapa ha vivido en aislamiento total toda su vida. Para el gato, los únicos seres humanos aceptables somos La Guapa, yo, y ya está. Si llega alguna otra persona a su piso, el gato desaparece, escondiéndose en el rincón más recóndito del pequeño depa, haciendo como que no existiera.

No obstante, una vez que los extraños se han ido, el Rey de la Casa decide salir a controlar sus dominios nuevamente.

¿Y cómo hace el Gato de la Guapa para controlar sus dominios? Fácilmente. Para empezar, la táctica de los ojitos. Y luego, los maullidos.

Lo de los maullidos no es cualquier cosa. Este gato ha desarrollado toda un arte para comunicarse. Les podría jurar que en algún momento le ha llegado a decir "Mamá" a La Guapa. Pero acá el detalle no está en la complejidad de sus maullidos, sino más bien en su frecuencia. ¿En qué momentos maúlla un gato? ¿Cuántas veces al día, en promedio? Pues bien, mis estimados lectores, les cuento que El Gato de la Guapa, cuando está activo, maúlla en promedio una vez cada diez segundos. Más o menos.

¿Qué significa activo? O sea, no durmiendo, no mirando por la ventana, y no escondido debajo de la cama. O sea, si el gato decide interactuar con nosotros, lo hace mediante maullidos. Siempre.

Y claro, cuando se aburre a las tres de la mañana, y decide interactuar con nosotros, a pesar de que estemos dormidos, su estrategia principal es la de despertarnos a través de sus gritos persistentes.

Lindo, el gato.

Por supuesto, a veces estamos tan cansados que no lo escuchamos. Ahí recurre a las estrategias número dos y tres.

La estrategia número dos es convencernos de buenas maneras. Se trepa a la cama, camina sobre nuestras cabezas, acerca sus orificios a nuestras narices, trae juguetes, maúlla más de cerca, ustedes saben, buenas maneras. Eso por lo general es suficiente para despertarnos, pero vamos, a veces uno está tan cansado que se queda dormido inmediatamente.

Es entonces que usa la estrategia número tres. Se pone hiperactivo. El gato empieza a acelerar, trepa el sofá, salta hacia el armario, rebota en la pared, choca con el techo... y cae aparatosamente sobre mis costillas.

Noten que he dicho mis costillas, y no las de La Guapa. Cosas que pasan.

Imagínense lo siguiente. Han pasado una mala semana, donde sus labores universitarias le han quitado mucho sueño. Deciden ir a dormir temprano, y en eso, a mitad de la noche, un objeto de nueve kilos impacta a 30 kilómetros por hora sobre sus costillas. Eso, al menos tres veces en una misma noche, ocurriendo estratégicamente de modo que caiga siempre en plena fase REM. Y claro, con un maullido constante en el background. Genial, ¿no?

Ustedes dirán, ¿por qué no cierran la puerta de la habitación? ¿Por qué permiten que el gato del mal los despierte así? Ayyyy, mis estimados, esa misma pregunta me hago yo. Pero al hacerlo, nos olvidamos que El Gato de la Guapa es el amo y señor del piso. Si hay alguna puerta cerrada, alguna habitación a la cual el felino no pueda entrar, empieza el festival de maullidos. Maullidos cada tres segundos (en serio), sin parar, por horas. Evidentemente, La Guapa no quiere tener problemas con los vecinos, así que el gato del demonio se sale siempre con la suya.

Pero bueno, no todo es sufrimiento en esta relación con el gato. La verdad, El Gato de la Guapa me aguanta también muchas cosas. Por ejemplo, cada vez que puedo intento demostrar si es posible que un gato no caiga en cuatro patas. Ya es costumbre que, al llegar yo al depa, el gato se eche en el suelo para que le rasquen la panza, y reciba en cambio un lanzamiento por los aires. Ahora estoy improvisando un juego nuevo, en que lo hago rotar por los aires tipo malabarismo.

Lo raro es que creo que al gato le gusta, ya que, apenas lo suelto, avanza tres pasos y se echa en el piso nuevamente. Bicho raro.

Pos na. Supongo que ya me he quejado suficiente. Para terminar, les dejo una foto del condenado, en pleno maullido nocturno. ¡Será hasta la próxima!