sábado, 14 de noviembre de 2015

La Licencia de Conducir

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Yo saqué mi licencia de conducir en el 2001, para manejar mi gran auto, Nataku. Era un Renault Clio, pequeño (acá nadie tiene que compensar nada, eh), con mucha funcionalidad. Lo compartía con mi hermano, y recuerdo que yo lo usaba lunes, miércoles y viernes, él lo usaba martes, jueves y sábado... y luego no sé qué pasaba los domingos.

La cosa es que fugué de Lima en el 2005, y mi hermano fugó también dos años después. Como no tenía mucho sentido dejar a Nataku acumulando polvo en Lima, fue vendido.

De ahí, no volví a manejar. Vamos, en Europa no es necesario, el transporte público es realmente bueno, y las pocas veces que era necesario un auto, siempre se podía alquilar. Creo que en esos nueve años, sólo manejé dos veces. Una cuando Nuria entró en pánico en una subida de Xàbia (era un poco empinada), y otra cuando David y Steph bebieron demasiado en Roma.

En este contexto, mi licencia de conducir caducó. Y nada, estando en Europa, no fue posible revalidarla. Y honestamente, no me interesaba mucho hacerlo.

Al volver a Lima, seguí usando transporte público. Sí, ese transporte público del que les hablé alguna vez. Afortunadamente, algunas cosas han cambiado, y desde mi casa puedo llegar al trabajo vía un Bus Azul, unos buses nuevos que tienen un estilo algo más civilizado.

No, obstante, al empezar a salir con la novia, quien sí tiene carro, salió el comentario "Sería bonito si de vez en cuando manejaras tú, así yo descanso del tráfico."

Un amigo español una vez me dijo "Más mueven dos tetas que dos carretas," pero yo no sé qué tiene que ver eso con este post. Qué vulgar, ¿no?

Así que nada, decidí sacar la licencia, y volver a aprender a conducir. Primer paso, pasar el examen médico. Este consiste en una serie de pruebas donde quieren comprobar que uno ve bien, oye bien, y tal. Una prueba crucial es la psicológica, donde evalúan el estado mental del individuo. Con preguntas muy bien pensadas, determinan si la persona es capaz de resistir la inclemente tortura psicológica que es conducir en Lima.

Por ejemplo, le piden a uno poner Verdadero o Falso en afirmaciones tipo:

- A veces me siento triste.
- Oigo voces.
- A veces pienso que nada tiene sentido.

Vamos, el tipo de cosas que le pasan a uno por la cabeza cuando hace el doctorado. Por suerte la pasé.

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De ahí, el examen teórico. Me bajé del internet el Reglamento Nacional de Tránsito, un documento de casi 100 páginas indicando todo lo que uno debe saber para conducir en Lima. Esto iba a demorar...

No obstante, me dieron un tip. Aparentemente, en la página del Touring estaba el balotario de preguntas. Si uno se encontraba apurado, podía simplemente revisar las preguntas ahí. Aparecían 200 preguntas, con tres respuestas, y la indicación de cuál era la justa.

Me bajé el balotario, y vi que estas preguntas tenían la profundidad del test psicológico anterior. Por ejemplo:

+ El Reglamento Nacional de Tránsito precisa prohibición de seguir a los vehículos de emergencia y vehículos oficiales.
a) Sí.
b) No.
c) No precisa.

¿Alguien me puede decir la diferencia entre la (b) y la (c)?

+ Según el Reglamento Nacional de Tránsito está prohibido que los conductores
estacionen los vehículos que conducen en lugares en que las señales:
a) lo prohíban.
b) lo permitan.
c) lo desvíen.

¿Es posible que algún ser pensante no marque la (a)? Seguramente los que armaron el examen eran miembros del Club de Tautología.

+ ¿Se puede conducir un vehículo con el motor en punto neutro o apagado?
a) Algunas veces
b) Sí, puede ser
c) No, está prohibido.

A ver... ¿cómo que "puede ser"? ¿Sí, fácil sí se puede manejar con el motor apagado? Muy bien, me confundieron, casi la marco...

Y eso, mil maravillas. Y prácticamente nada sobre darle el paso a ambulancias, y absolutamente nada sobre ciclistas. La verdad, fue algo trivial, me leí el balotario tres veces, y aprobé la prueba sin problemas.

Ahora tocaba la prueba de manejo. Amigos no peruanos, ustedes pensarán que la prueba de manejo es una evaluación dentro de la ciudad, enfrentándose al tráfico real, con un inspector al lado asegurándose que la persona a quien se le va a dar la licencia no sea un psycho-killer o algo por el estilo. Es más, seguro les parecerá obvio.

Pero no. Perú es diferente.

La evaluación de manejo se da fuera de la ciudad. En Lima, hay un centro de evaluación a unos 20 kilómetros. Este centro de evaluación consta de un circuito. Acá se los pongo:



Básicamente, acá evalúan si uno es capaz de estacionarse en diagonal o en paralelo. También si uno sabe detenerse cuando el semáforo está en rojo, y si uno sabe entrar a rotondas cuando no hay ningún auto dando vueltas alrededor. Súper útil.

Está bien, admito que el circuito está genial para evaluar el tema del estacionamiento. Pero... ¡manejar no es solo saber estacionarse, papá! Evidentemente, esta burla de prueba no sirve en absoluto para evaluar si uno sabe conducir o no. Especialmente considerando que alrededor del centro de evaluación hay muchas copias del circuito, para que la gente vaya y practique antes de su examen...

Entonces, ustedes asumirán que, siendo tan trivial, pasé la prueba a la primera.

Pues no.

Al final del circuito, ahí donde dice "Salida," hay un truquito. A pesar de ser una recta, sin intersecciones ni pasos peatonales, hay un aviso de Pare (Stop). Este aviso de Pare, señoras y señores, es el único aviso de Pare respetado en Lima. No detenerse implica inmediatamente desaprobar el examen.

En mi caso, estaba tan contento de haber terminado la prueba, que olvidé que el Pare estaba ahí. Porque es eso, mis estimados, es un tema de recordar que el Pare está ahí. No es un tema de recordar "Oooh, debo detenerme en los avisos de Pare," sino más bien "Cha mare, me tengo que acordar que ahí tengo que detenerme o no apruebo el examen."

La segunda vez sí me acordé. Y ahora puedo manejar en Lima. Y la novia está contenta. Creo.

Cada cierto tiempo, veo un aviso de Pare, y recuerdo la gran prueba del Touring. Melancólico, decido detenerme los siete segundos reglamentarios... para luego ser acribillado por los bocinazos de los autos que vienen atrás, indignados por haberles quitado siete segundos de su valioso tiempo.

Por suerte no me viene esa melancolía muy a menudo.