jueves, 29 de septiembre de 2011

El Transporte Público, Parte I

En estos días, luego de la noticia de los neutrinos superveloces, supongo que se pondrá de moda hablar del movimiento. Así que nada, me uno a la moda.

Mi intención inicial era hablar pestes del transporte público en Roma. Ahora, luego de pensarlo un rato, me di cuenta que esto sería un poco descarado de mi parte, considerando que el transporte en Lima da más pena que un submarino a remos. Contextualicemos, entonces, a la gente que no conoce las combis... y luego habrá que darle duro al transporte público de Roma en otro post. Así que, miren miren, este será un post no sobre mis desgracias en Europa, sino de las desgracias de miles de peruanos que tienen que moverse diariamente en las temidas combis. Pero no nos adelantemos, que este post, oh cielos, tiene estructura.

Introducción

El símbolo del transporte público en Lima es la combi. Esta palabra, según Wikipedia, viene de Kombinationfahrzeug (Schickimicki Deutschland!!!), y se refiere al típico Volkswagen hippie para 10 personas que aparece en las películas. Pues nada, en Lima no son hippies, y los usamos pa' el transporte público. Ah, y no metemos a 10 pasajeros, metemos a 25. Sin incluir el chofer y el cobrador.

Ya con eso empezamos mal. Por supuesto, existen otros tipos de buses, está el coaster (pronunciado cúster, como los jeans) y el ómnibus grande de 100 pasajeros (donde evidentemente meten una cantidad de gente cercana a un orden de magnitud superior).

Okey, ya mencionamos a los protagonistas. La combi, el coaster, el ómnibus, el chofer, el cobrador y los pasajeros. Establezcamos entonces el escenario.

El transporte público en Lima me parece un ejemplo de aquello que algunos llaman "libre mercado." Básicamente, si tienes suficientemente plata, te compras tus cinco docenas de combis y empiezas tu propia compañía de transporte. Esto no sería un problema si el transporte público estuviera bien regulado, pero como no lo está, pues básicamente reina el caos (como la economía, dai). Existen más de 500 rutas dentro de la ciudad, en unos vehículos en pésimo estado que por lo general no respetan casi ninguna regla.

Escenario establecido. Que empiece la función. Podemos describir el típico viaje en combi siguiendo los siguientes pasos:

1. La Ubicación del Pasajero:

Evidentemente, antes de viajar en una combi, uno tiene que subir a ella. Ahora, tomando en cuenta que no existen realmente paraderos para la combi, ubicarse en un sitio apropiado es de extrema importancia.

Al no existir paraderos, un sitio apropiado (para la combi) es básicamente aquel en donde uno sea visible. Porque la combi es tan, pero tan amable, que se detendrá donde sea para recoger a algún pasajero.

Para el resto del mundo, un sitio apropiado es aquel donde una combi detenida, recogiendo pasajeros, no te arruine el día. Por lo cual, el pasajero ultra-considerado buscará subirse a las combis solamente en intersecciones con semáforos, y sólo cuando el semáforo está en rojo (pero eso jamás lo he visto). Un pasajero moderadamente considerado se subirá a la combi en cualquier "esquina posterior," es decir, la esquina al final de la cuadra, aquella donde la combi no bloquee ninguna calle. Los pasajeros inconscientemente desconsiderados se subirán a la combi en la "esquina anterior," aquella donde una combi detenida bloquea el tránsito en la calle perpendicular. Y los pasajeros que odio son los que se suben en cualquier sitio, ya sea esquina, mitad de la cuadra, mitad de la calle, rotonda o copa de un árbol. Y los hay, muchos.

2. Identificación de la Combi:

Ya les dije que no existen paraderos. Entonces, ¿cómo hace uno para saber qué combi pasa por qué calle? Pues se usa la experiencia, y la buena memoria. No obstante, existen otros métodos para averiguar si la combi llevará a uno a donde quiere.

El primer método es leer a la combi. Literalmente. La combi, en su benevolencia, sabe que es difícil que uno se entere por dónde pasará. Para simplificar la vida de los pasajeros, tiene las rutas principales tatuadas en sus lados, y a veces algún sticker en el parabrisas (alguna vez fueron 80 stickers, hasta que se prohibieron por obstaculizar la visión del chofer).

No obstante, el método más común es escuchar al cobrador. Efectivamente, entre sus muchos trabajos, el cobrador debe anunciar la ruta a seguir. Por lo general, para hacerlo, saca la mitad del cuerpo fuera de alguna ventana del vehículo, y grita. No, no, en serio, está ahí, medio colgado, anunciando la ruta, buscando pasajeros y evitando árboles. Es entonces que surge la típica frase del cobrador, llena de profundidad filosófica y sentido poético: "Habla, ¿vas?"

3. Subirse a la Combi:

Momento de gran peligro para el pasajero. Aquí empiezan las grandes preguntas de la vida: ¿se detendrá la combi? ¿O tendré que subirme a la volada? ¿Y si me caigo? ¿Y si me rompo la cabeza? ¿Qué pasa si termino en el hospital? ¿Quién cuidará de mi gato, Michifús? ¿Por qué no tomé ese seguro de vida? ¿Hasta cuándo durarían mis ahorros? Pero... ¿a dónde es que iba?

Se preguntarán entonces, ¿por qué no se detendría la benevolente combi? La explicación es sencilla. Un detalle de tener varias compañías de transporte no reguladas es que a veces (léase casi siempre) las rutas coinciden en los tramos centrales, por lo cual empiezan las "carreritas." Esto significa que es típico ver dos combis furiosas yendo a toda velocidad por la calle, frenando sutilmente para darle al pasajero suficiente tiempo para subir. Lo más frustrante es cuando estas carreritas ocurren entre dos combis de la misma empresa...

Y claro, no todo es frustración, también está el miedo. Digan lo que digan, ver a dos omnibuses gigantes, con 300 personas cada uno, compitiendo a 95 km/h da mucho, mucho miedo. Es ahí cuando uno realmente se da cuente de la diferencia entre velocidad y momentum.

4. Acomodarse.

Aparecen acá las otras grandes frases del cobrador. "¡Señorita, acomódese!" O también "Ya pes causita, al fondo hay sitio."

¿Qué significan estas maravillas del idioma de Cervantes? Básicamente, lo que se le pide (amablemente) al pasajero, es que se estruje entre los pasajeros existentes, de forma que en un espacio para dos entren tres. O cuatro, si no son gordos.

Por supuesto, esto siempre y cuando haya dónde sentarse. En el caso contrario, a olerle el sobaco al pasajero más cercano. Caballero. Hay que acomodarse.

5. Culturizarse.

Un viaje en combi no es sólo un modo de transportarse. Un viaje en combi es una experiencia trascendental, una aventura que proporciona cierto tipo de conocimiento no estándar.

Uno aprende tantas cosas en la combi. Para empezar, la jerga, que ya hemos descrito.

La segunda cosa que uno aprende es sobre los nuevos hits musicales. Por supuesto, los hits tienen que ser de Radiomar Plus (¡categóricamente superior, ay que rico!). Pero vamos, ¿de qué otra forma podría conocer uno canciones tan geniales como El Gato Volador???

La tercera cosa que uno aprende en la combi, especialmente cuando va parado, es que acá todo es chévere, la música, el chofer y el cobrador. O que Jesús es mi copiloto. O que mi educación depende de usted. O de las miles de cosas que dicen los stickers pegados a las paredes interiores de la combi. Yo les dije, es una experiencia trascendental.

La cuarta cosa que uno generalmente llega a aprender es cómo evitar robos. Aunque de eso ya les he hablado alguna vez.

La quinta cosa que uno puede aprender, si se esfuerza y se tiene habilidades lógico-deductivas mejores que las de Sherlock Holmes, es el idioma de los dateros. Los dateros son personas que no se suben nunca a la combi (saben bien en lo que se estarían metiendo), pero que desde fuera, en las esquinas, brindan datos de otras combis al cobrador. Sí, son espías. Y como buenos espías, hablan en código: "vas con siete, pero va sopa." Ustedes averigüen qué significa, yo nunca lo logré.

6. Pagar y bajarse.

Por lo general, cada 15 minutos el cobrador se dará cuenta que, debido a haber estado llamando pasajeros, abriendo-cerrando la puerta, esquivando árboles o haciendo estadísticas con los dateros, se ha olvidado su trabajo fundamental: cobrar.

Al darse cuenta, hará su llamado: "¡Pasajespasajes!" Este acto será generalmente seguido por el cobrador tomando unas cinco, diez monedas en la mano, agitándolas de forma que hagan ruido. Llego el momento de luchar con el cobrador, de forma que cobre un sol en vez de un sol con veinte centésimos. A mi, con mi pinta de gringo, esta batalla siempre terminó en el fracaso.

Luego de esto, uno ya puede bajarse de la combi. El primer paso para ello es avisarle al cobrador, cosa que no es fácil si uno toma en cuenta que este se la pasa con la mitad del cuerpo fuera del vehículo.

Una vez que se obtiene la atención del cobrador, se le indica dónde se desea bajar. Lo ideal es algo fácil, tipo: "Esquina." Otro método es decir "Cruce con Angamos," por ejemplo, que indicaría que uno se baja en el momento que la combi esté por cruzar la avenida Angamos (vamos, no tiene que ser la Angamos, puede ser la Arequipa, pero sólo si se han portado bien). También existen los paraderos reconocibles: "Bajo en pollería," "teléfono baja," "esquina izquierda," "puente," etc etc etc.

El cobrador entonces procederá a comunicar este deseo al chofer. Por supuesto, el chofer está conduciendo, así que no se le puede molestar. Solamente el cobrador está autorizado de perturbar ese estado de ánimo, cuasi en nirvana, típico de un Guild Navigator. Este es un proceso delicado, que básicamente se reduce al cobrador gritándole al chofer lo mismo que uno le ha gritado al cobrador. Pero por alguna razón, al cobrador el chofer sí le escucha. Magia, según yo.

Finalmente, hay que bajarse. Por supuesto, esto puede no ser trivial, todo depende si la combi decide detenerse o no. En caso de no detenerse, el cobrador lo indicará con un "¡Pie derecho!" ¿No entienden? Confíen en mi, si alguna vez saltan del lado derecho de un vehículo en movimiento, y no quieren rodar en el piso, lo mejor es aterrizar primero con el pie derecho. Inténtenlo, es divertido (pero no se olviden del seguro de vida).

Epílogo:

Podría seguir con esto por horas, pero vamos, no hay razón para seguir torturándolos con estas historias, muchos de ustedes las conocen por experiencia propia.

Ahora, por alguna razón, aquella persona que haya usado las combis por un tiempo prolongado y no haya tenido un accidente, les termina teniendo cierto cariño. No sé por qué, tal vez sea una cosa masoquista que uno desarrolla. Tal vez sea otra cosa... pero la jerga se queda. Los stickers también. Los moretones... por suerte esos no.

Ahora, si es que el tranporte en Lima tiene alguna ventaja, es que dentro del caos y del tráfico, termina funcionando. Vamos, de las 500 rutas, ¡alguna te tiene que llevar a tu destino! Y si perdiste un bus, no tienes que esperar 20 minutos a que pase el próximo. Seguro que en 20 segundos pasa uno de otra empresa, empiezan las carreritas, y llegas más rápido a tu destino. Si no mueres en el camino, claro.