Bueno, estamos en esa terrible temporada del año en que me dan chucaques cada vez que escucho la música en las tiendas. Por lo general, comparto la labor de quejarme de Navidad con Claudia, pero esta vez, lamentablemente, me ha decepcionado, y ha decidido no expresar su sentimiento grinch plenamente.
Así que nada. Este año tendré que llevar a cabo la labor de expulsar energías negativas yo solo. Doble chamba, cha mare. ¿Y cómo hacerlo? Pos na, les voy a contar una historia de terror.
No, no se preocupen. No diré nada de Cipriani. Tan malo no soy. Esta vez, hablaré de mis terribles enemigos, las arañas. Sí, yo sé que muchos de ustedes le tienen pánico a estos bichos del mal. Es entendible. Son seres crueles y malvados. Permítanme contarles mis experiencia con ellas, y cómo poco a poco fui transformando el terror en profundo respeto. Pero ambientemos el asunto, pongamos un poco de musiquita apropiada: cliquea acá pe.
Mi teoría es que la mala relación con las arañas fue iniciada por mi madre. Aparentemente, en mi infancia yo me resistí tajantemente a dejar el biberón. Mis padres intentaron lo imposible, me servían chocolate caliente en taza mientras me ponían las hierbas del doctor Pun en el biberón, y aún así yo insistía. No dejaba el biberón por nada. Un día, todos los biberones de mi casa desaparecieron, y al yo preguntar dónde estaban, mi madre respondió: "Se los llevaron las arañas."
Desde ese momento las odié. No sé cómo, pero las arañas hicieron una gran labor. Treinta años después, todavía no encuentro los biberones.
De ahí, la relación poco a poco fue transformándose en una de pánico. La cúspide de este temor ocurrió hace ya muchos años. Me encontraba yo a punto de ducharme, cuando encontré un pescadito en la ducha. Al ser yo buena gente, decidí que en vez de matarlo sería mejor capturarlo y botarlo por la ventana. Agarré mi toalla, me cubrí con ella, agarré papel higiénico, e intenté atrapar al bicho con él.
En eso, mientras estaba arrodillado pensando en cómo capturarlo, miré hacia abajo. Y ahí, encima de mi toalla, justo en la zona donde se encuentran las joyas de la familia, la vi. Era una araña inmensa. Mirándome.
Deben haber pasado dos segundos, pero parecieron mil años. Emití el grito más masculino que podía emitir en esa época (ahora lo hago mejor), y con ello la toalla voló por los cielos. Salté hacia mis zapatillas de levantar, rodé por los suelos (ok, tal vez no), y aplasté a la condenada araña mientras ella salía por debajo de la toalla. Le di como cuarenta veces. Miré al pescadito, grité "¡Tú eres su cómplice!" y en un acto irracional maté al otro bicho también. Cuarenta veces, también.
No quiero imaginar lo que hubiera pasado si me hubiera puesto la toalla al revés. De haberlo hecho, seguramente ahora no podría dar gritos tan masculinos como los de hoy en día.
Anyway. Los caminos de la vida me obligaron a controlar el temor. Esto empezó en Cambridge, en la segunda casa donde viví, que era un desastre. Una característica de esta casa era que estaba habitada por mi, seis chinos, y como mil doscientas arañas. La mayoría de estas vivía en el baño, colgadas del techo. No se imaginan lo que era. Lo peor es que cuando uno tomaba una ducha en ese baño, las arañas se atontaban, y empezaban a descolgarse de su telaraña. Nefasto.
Entenderán entonces que me vi obligado a controlar el temor. Era eso o no me duchaba. Así que poco a poco, respirando profundo, empecé a ver estos seres como "posibles amenazas," en vez de "amenazas seguras." Confíen en mi, hay una gran diferencia.
La cosa evolucionó favorablemente, al punto que hace un par de meses permití que dos arañas se asentaran en mi habitación. Yo había dejado la ventana abierta, y al regresar encontré estas dos arañas pequeñas haciendo su telaraña, muy próximas una de la otra. Lo pensé un poco, y me di cuenta que últimamente habían habido un par de zancudos en mi habitación, así que decidí dejar a las arañas ayudarme con el asunto.
Esta simbiosis funcionó por un tiempo. Los zancudos fueron devorados por las dos arañas, y tuvimos una época de gran amistad. Vamos, hasta les puse nombre: Peter y Parker.
Por desgracia, la relación con mis nuevos compañeros de habitación deterioró rápidamente. La vaina es que no tengo infinitos mosquitos en mi habitación, así que las arañas aparentemente empezaron a pasar hambre. En particular, no había visto a Parker capturar ningún mosquito en un buen tiempo, y me empezó a preocupar su salud.
Parece que no fui el único en notar el estado debilitado del pobre Parker. Un día, regresé del trabajo y Parker había desaparecido. En cambio, Peter se aferraba a cierto bulto de telaraña. Casi lo vi relamerse. Espantado, entendí lo que había ocurrido. Estaba a punto de recriminar a Peter, pero una mirada suya de "tú podrías ser el siguiente" me detuvo. Estaba en problemas.
Decidí acabar con Peter, y aspirarlo. No obstante, parece que Peter había pactado algo con las chicas de la limpieza, y no encontré las aspiradoras por ningún sitio. El pacto era claro, ya que cada vez que ellas limpiaban mi habitación, dejaban al malvado Peter en paz, permitiéndole expandir su dominio libremente.
Un día, me armé de valor. Me tomé un par de shots en la cocina, y subí a mi habitación, con una zapatilla en la mano. Esta vez sería él o yo. Tomé la perilla de la puerta, y la dejé abrirse. En la habitación, todo era silencio. Apreté la zapatilla, y di un paso al frente. Otro paso. Uno más. Levanté la mirada hacia el dominio de Peter... y no vi nada. Peter no estaba.
Nunca supe qué pasó. No sé si Peter adivinó mis intenciones y decidió escapar, o si las chicas de la limpieza finalmente se dieron cuenta que hacer pactos con arañas no era realmente una buena idea, o si Peter había fracasado en algún negocio con la mafia albanesa. En todo caso, Peter había desaparecido.
Un mes después, otra araña ocupó el espacio de Peter. Estuve a punto de llamarla Eddie, pero no pude. No frieguen, era peluda, debía irse. Esta vez, fui implacable. Cuarenta veces. Dai.
Anyway, si no les pareció suficiente terror para un post, chequeen este video, y listo. Tendrán pesadillas por tres meses. Al resto, pues que la noche os sea propicia, y que tengan un genial Año Nuevo. Será hasta pronto.
5 comentarios:
Solo tengo tres palabras que decir: "zapatillas de levantarse".
¿Cómo quieres que las llame? ¿Babuchas? :-D
En mi infancia hubo una tarántula en la azotea de mi casa, generándome un trauma de por vida. Pero antes de eso era capaz de matar las arañas sin miedo, con mis pequeños zapatos. Ahora les tengo un poco más de respeto.
Salud
Me han dado más dudas que otra cosa: ¿«las chicas de la limpieza» limpiaban tan mal que eran incapaces de acabar con dos? ¿vives en una residencia o similar como para tener «chicas de la limpieza»? Las otras dudas me las guardo :P.
Por lo demás, bueno, si has podido dormir en una habitación con arañas puedes dar el problema por superado, aunque sigan sin ser «colegas». Personalmente me encantan las arañas y el rastro que dejan, aunque a veces resulte pesado (por algún motivo son muy aficionadas a donde tiendo la ropa -en el patio de luces-, así que cada vez que tengo que tender ropa debo destruir ciudades de telarañas).
Hasta luego ;)
PD: Pantuflo o pantufla, esa es la palabra para «zapatillas de levantar».
Morena: A mi ese trauma me lo causó una cucaracha, pero supogno que será motivo pa otro post. :-P
Jomra: Exacto, viví en una residencia. De ella tengo que hablar en algún momento, porque pucha, tenía mucho de que hablar. Y la limpieza, bueno, sí, dejaba un poco que desear. :-P
Publicar un comentario