No sé si lo he mencionado antes, pero, en mi familia, los regalos siempre son un tema. Tenemos una especie de protocolo silencioso, en el cual todos los miembros de la familia se sobre-esfuerzan en el momento de dar regalos. Yo veo que amigos míos le regalan a su padre un vino, o un libro, o un abrazo. En mi caso, esto no es que esté prohibido, pero simplemente "no se hace." No es una regla escrita, como dije, es una especie de protocolo silencioso.
Los regalos siempre deben ser ya-no-ya. La regla inicial era que fuera un objeto "inmortal," es decir, algo que no se acabe. Con esto, quedaban fuera las flores, los chocolates, los vinos. La segunda regla es que no podía ser regalo repetido, o sea, si el año pasado le regalé un libro a mi madre, este regalo estaba prohibido por los próximos dos o tres años. La tercera regla es que el regalo del año siguiente debía intentar ser mejor al regalo del año anterior.
Yo estoy seguro de que reglas similares motivaron la expansión del Tahuantinsuyo.
Debo admitir que últimamente hemos relajado estas reglas. Mi hermano me regala libros bastante seguido, yo he pedido que me regalen cosas "mortales," y bueno, de vez en cuando un regalo no sale mejor que el del año anterior. No obstante, entenderán que los regalos siempre son EL TEMA de la familia, especialmente considerando que mi hermano y yo estuvimos fuera de Lima por muchos años.
Estando en Lima para el cumpleaños de mi padre, primera vez en siete años, tenía que darle un buen regalo. Lo pensé bastante, y en un momento de lucidez, vi que se abrieron los cielos, bajó un ángel, le pidió a Ratzinger que renuncie, y camino de vuelta me dijo "te recomiendo el jamón ibérico."
Me pareció una idea fantástica. Divina, inclusive. Recordaba que en la casa de varios amigos españoles había frecuentemente piernas de jamón ibérico, las cuales ellos cortaban cada vez que les antojaba un aperitivo. La pierna seguramente costaba un huevo, pero duraba un huevo también. Me pareció un regalo original, que le podría gustar a mi padre.
Busqué bastante. Y no encontré mucho. La mejor opción fue un jamón que encontré en Wong, donde ofrecían pata, jamonera y cuchillo por un precio razonable. Hice mi investigación, y descubrí que el jamón era chileno, pero de ascendencia valenciana. Interesante.
Pues nada, me animé. Me fui a Wong dos semanas antes del cumple de mi padre, y compré la pata. Fue todo un evento, realmente. Uno de los chicos de la tienda incluso llegó a tomarme una foto (así que fácil me ven en la próxima revista de Wong). Caminaba por la calle con la pierna en las manos, y toda la gente me miraba atónita. Seguro les había parecido que la idea era tan buena como me lo había parecido a mi.
Al llegar a casa, noté que a la jamonera le faltaban dos tornillos, y que no la podía armar. 'Cha mare.
Días después regresé a Wong, y les conté el problema. Estuvieron un buen rato pensando qué hacer, y llamaron al encargado de embutidos de la tienda, quien no estaba en ese momento. Me dijeron que tenía que esperar, pero fueron bastante amables, me llevaron al restaurante de la tienda y me invitaron una empanada y un vaso de chicha. Sí pues, por la panza me conquistan.
Imaginé una situación similar en Europa, pero no se me pasó por la cabeza ningún supermercado que pudiera hacer un gesto de este estilo, dada la situación. ¿Sainsbury's? ¿Mercadona? ¿Emme Più? ¿Migros? No, a lo mucho una sonrisa. Pues nada, eventualmente llegó el encargado, quien no me dio los tornillos, sino una jamonera nueva. Se veía mejor que la que tenía, así que acepté.
Llegó entonces la semana del cumpleaños. Por curiosidad revisé el jamón un par de días antes, y descubrí que había algo blanquito en la superficie. Lo miré más de cerca, y Madre del Amor Hermoso, descubrí que era un hongo. Le di la vuelta al jamón, y peor, el jamón entero estaba cubierto de blanco.
Porca miseria.
Consulté en un Wong distinto, y ahí el encargado de embutidos me confesó que tenía bastantes de esos jamones llenos de hongos. Aparentemente, la humedad de Lima es demasiado fuerte, y no es factible tener patas de jamón ibérico por más de dos semanas. Parece que fue una mala estrategia de Wong, y que yo pagué pato. Por suerte decidí comprar la pata con dos semanas de anticipación, porque hubiera sido medio feo que los hongos hubieran aparecido luego de haberla dado como regalo.
Pues nada, regresé al Wong original, y devolví la pierna. Esta vez no me convidaron ni chicha ni empanadas, lamentablemente.
¿Y qué le regalé a mi papá? Pues una historia lamentable, y una promesa que pa este sábado le tengo su regalo. Ni modo, tuve que romper esquemas, a la mala. Ahora toy viendo corbatas, a ver si hay algo bonito por ahí.
Feliz cumple, pes, Dad.
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