miércoles, 2 de julio de 2014

El Camino a Castro (Segunda Parte)

Recapitulemos. Luego de caminar aproximadamente unos 135 kilómetros, había llegado al pueblo de Castro. Mis canillas estaban agonizando, y no me pareció posible, ni saludable, seguir caminando hasta A Fonsagrada.

En el albergue de Castro, la hospitalera fue muy amable, y me llamó un taxi que me llevara hacia A Fonsagrada. Al llegar el taxi, encontré en él a La Familia Australiana, que aparentemente no andaban muy bien tampoco. Buen timing.

Llegamos juntos al albergue de A Fonsagrada, y nos dirigimos a la posta médica. Al yo tener la tarjeta sanitaria española, mi trámite fue más sencillo, y pasé al médico primero.

Yo seguía optimista, y le dije que esperaba poder seguir avanzando luego de uno o dos días de descanso. El me sentó, me examinó, y me dijo: "Tócate la pierna, ahí donde te duele."

Yo lo hice. Luego me indicó: "Ahora sube y baja la punta del pie."

Y fue entonces que me di cuenta de lo mal que estaba. Dentro de la pierna, sentía como si tuviera un serrucho metido. Krok krok. Krok krok.

Horrible, oye.

Diagnosticado con tendinitis, slash, tendinosis. O tenosinovitis, no sé, no le entendí la letra. Anyway, me recetó anti-inflamatorios, y mirándome con mucha pena, me dijo "De cinco a siete días de descanso."

No llegaría a Santiago.

La Familia Australiana no estaba tan mal. La Australiana Mayor tenía una ampolla infectada, mientras que La Australiana Menor tenía un poco forzado el tobillo. Dos días de descanso para las dos.

Así que nada, debía regresar a Valencia. Luego de una noche con mucho alcohol, en la que descubrí que este último funciona de maravilla como analgésico, tomé un bus con dirección a Lugo, acompañado por La Familia Australiana. De ahí saldría un tren hacia Valencia.

Lugo apestó. Literalmente. Luego de tres semanas de huelga de recogedores de basura, la ciudad estaba cubierta de inmundicia. A pesar que el no poder caminar me impediría ver la ciudad, la verdad es que verla así no era algo muy deseable, que digamos. Luego de un breve intermezzo en la oficina de información, donde la encargada no fue capaz de encontrar nuestra ubicación en un mapa, nos dirigimos al albergue.

En el albergue no esperaba encontrarme a nadie. Vamos, estaba en Lugo, había tenido que tomar un bus que me adelantara 50 kilómetros con respecto al resto. Pero me equivoqué. En el albergue estaba El Tío de Gafas, a quien conocí el primer día del camino. Este tipo había caminado 50 kilómetros más que todos, en la misma cantidad de tiempo. Era un monstruo.

Al verme cojear, ocurrió el segundo momento anime del Camino. Me preguntó si quería llegar a Santiago. Aparentemente, él conocía un masaje especial que "reparaba" tendinitis, slash, tendinosis. O tenosinovitis. Me dijo que los tendones estaban retorcidos entre ellos, y había que ponerlos derechos usando un masaje. Me dijo que durante el masaje sufriría como un perro, pero que podría caminar al día siguiente.

Lo miré un momento. Luego recordé que él mismo había sugerido que un oso me podría comer en la Ruta de los Hospitales. Así que sonreí, le agradecí la oferta, pero decidí no arriesgarme.

La noche del día siguiente, estaba ya en Valencia.



Es extraño, pero, a pesar del dolor en el orgullo, no me molesta tanto no haber llegado a Santiago. Por un lado, a pesar de no haber llegado, sí superé mi límite personal. Vamos, nunca antes había caminado cinco días seguidos, nunca antes había avanzado 135 kilómetros a pie.

No obstante, no es la superación personal lo que alivia mi frustración. Creo que es el hecho que no tenía ningún buen motivo para hacer el Camino, más allá del entretenimiento. Escuché de mucha gente que hacía el Camino para encontrar paz, para decidir qué hacer en el futuro, para entenderse mejor a sí mismos... yo no tenía ninguna motivación así de profunda. Es más, ya había hecho alguna vez una caminata más corta, y esa vez sí tenía mucho que pensar. Esta vez no, sólo se encontraba frente a mi el esfuerzo, y nada más.

Así que, por otro lado, tal vez haya sido bueno no haberlo terminado. Dejar esta puerta abierta, y venir a cerrarla la próxima vez que tenga que replantearme la vida, o tomar alguna decisión importante, o whatever.

No digo esto por las puras. A fin de mes ya estaré de vuelta en Perú, se supone que permanentemente. No me sorprendería que, de aquí a unos años, luego de haberme asentado al 100%, tenga dudas sobre mis decisiones, sobre mi elección de volver a Lima. De ser así, ¿qué mejor manera de disipar mis posibles dudas existenciales, que regresar a Castro, y retomar el Camino Primitivo?

Anyway. Se acabó mi aventura en el Camino, y con ella mi aventura en Europa. Es probable que la próxima vez que escriba sea desde Lima, en una aventura completamente diferente. Han sido casi nueve años desde que salí de Perú, y ha pasado muchísimo desde entonces.

A ver qué traen los próximos nueve años.

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